El orgullo gay pasaba por allí

Era un hecho. La manifestación estaba prevista; todo preparado y dispuesto para el acontecimiento ostentoso del año. En derredor los había de partidarios, de mirones y, por qué no decirlo, de padres de familia que inexplicablemente se afanaban en iniciar a sus pequeñuelos en la contracultura y en el más gusto, alejándoles del sentido estético y de la sensibilidad por lo bello.

Pues, la cosa es que, aprovechando que los gays pasaban por allí, por qué no aprovechar la ocasión para las reivindicaciones diversas. Al fin y al cabo, no había razones para no aprovechar la oportunidad que, además, garantizaba un público fiel –bien que a otro tipo de fidelidad– al que se le podían hacer llegar los mensajes del grupo reivindicativo.

Y, dicho y hecho. La fiesta y manifestación del Orgullo Gay, con su cabalgata exuberante, se vieron rebajados de contenido cuando unos ocupas se introdujeron en sus filas para levantar la voz –aunque poco– en contra de la política de recortes del Gobierno. Trataban de convencernos de que los recortes habían llegado a tal extremo, que carecían de coberturas para sus propios cuerpos, aunque lo hacían con tal naturalidad que se diría era la vestimenta habitual de las comparsas reivindicativas.

Sólo me asaltaba una duda: ¿son los mismos los que pregonan la igualdad entre sexos, cualquiera que sea su ejercicio, que los que reivindican más becas universitarias, una enseñanza pública de calidad o una sanidad pública de garantía? A mí, me es indiferente que sean los mismos o que obedezcan a propósitos diferentes, lo que sí que me veo obligado a dejar patente, es que solo me tomaré en serio a aquel que reivindica o manifiesta un asunto específico con argumentos válidos para sostenerlo.

Mezclar churras con merinas nunca ha merecido el respeto intelectual de nadie, y menos aún la consideración social. Cuando quieran que se les haga caso, que se les escuche, que sean coherentes consigo mismos. Que planteen su mensaje y la argumentación que lo sustenta. Así, no me extraña que se pasen la vida dedicando horas a manifestarse, incluso con agresividad, y la gente real, la que vive de su trabajo o de los esfuerzos por mantenerlo, mire para otro lado o se dé media vuelta para ni siquiera sufrir la incomodidad de encontrarles en el camino.

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