El Rey y yo

Acabo de escuchar a Felipe VI en las Cortes. En términos generales me ha gustado. Como no podía ser de otra manera. La “Solución Felipe” me parece la mejor posible a día de hoy, y por muchos días: entre otras cosas, porque implica la salida de la Infanta Cristina de la consideración de Familia Real, a la que así estabiliza. No habrá pues imputados en ella.

Del discurso del nuevo rey, obviedades más o menos importantes aparte, me quedo precisamente con su promesa de honestidad y ejemplaridad, minutos después de reconocerle públicamente a su madre su dignidad y su fidelidad al rey saliente. Y no digo más, porque los dos mensajes implícitos se entienden bastante bien. Nota al pie: curiosa la imagen de la reina Sofía bajando la ventanilla de su coche para hablar con la periodista Victoria Prego (*), la que hace bien poco escribía sobre la soledad personal en la que se va a ver desde ya el rey Juan Carlos.

Me interesa hacer una parada un poco más detallada en la cuestión autonómica y de unidad de España, abordada singularmente por el nuevo rey en su alocución. Citemos varias frases de Felipe VI, abogando por una “España renovada que hemos de construir todos juntos” (¿reforma constitucional?), jurando los “derechos de las comunidades autónomas” (¿cómo casa eso con el artículo constitucional que permite el rescate de sus competencias?), proclamando su “fe en la unidad de España” (no su compromiso en su defensa).

Frases a las que podríamos añadir la de que entre sus funciones está la de “advertir”, la de que “cabemos todos”, su reconocimiento a las “distintas formas de ser español”, y su despedida en cuatro idiomas oficiales. Entendamos que el “moltes gràcies” común de catalanes, baleares y valencianos iba dirigido a todos ellos. Aunque su previa alusión a literatos en lenguas vernáculas deshace el espejismo en favor de una lengua única para el este de España cuando cita sólo a Espriu, catalán sensu stricto, en vez de a Ausiàs March, valenciano y también universal, o en todo caso a ambos. Eso a mí, como valenciano ya suficientemente menospreciado por los sucesivos gobiernos centrales (supongo que de eso hablaron Fabra y De Cospedal en su aparte en el Congreso), no me ha gustado. Lamentablemente cada vez que Cataluña fuerza un pulso a España lo acabamos perdiendo los valencianos. Ojalá esta vez no sea así.

Por cierto: ¿pronunció bien el rey la palabra “Girona”, de donde ha sido príncipe hasta llegar a reinar? Me pareció que no, pero igual oí mal. Mas y Urkullu, presentes, no aplaudieron el discurso conciliador del monarca dando a entender que no están dispuestos a que ceda nadie que no sea el Estado.

El presidente de las Cortes, del Congreso, Jesús Posada, a lo Rodríguez de Valcárcel, es decir, con toda rotundidad, puso previamente el énfasis en la soberanía que reside en el conjunto de “el pueblo español”. La verdad es que para los que no quieren rey tiene que haber sido un día difícil, porque ahora tenemos dos.

Un día en el que, por cierto, Felipe VI ha empleado por primera vez en público la fórmula “la reina y yo” que popularizara su padre. Aún le falta lo de “me llena de orgullo y satisfacción”. Junto a él, cerca de él en los momentos clave de su proclamación, quiero citar a otros tres valencianos: Marta Torrado, de rojo alcaldesa, destacando desde las bancadas, Carmen Alborch, en tribuna, cerca del rey, pero el que más, Ignacio Gil-Lázaro, que siempre está aunque no se note. Como representante de mí mismo, y, si me apuran, de la generación puente entre la de un rey y la del otro, saludo el acontecimiento histórico, las intenciones del nuevo monarca, y la renovada imagen de la jefatura del Estado, a la que, por cierto, tanto van a contribuir la reina, la princesa, y la infanta. Que sea para bien.

(*) Victoria Prego contó después a TVE que la reina, desde dentro del coche, le llamó para decirle “muchas gracias, porque has escrito unas cosas maravillosas”. También dijo no saber quién era la señora que se acercó pegada a su espalda al coche. Creo haberla identificado en la persona de la periodista Pilar Ferrer.

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