El turismo y las costumbres

Sale el primer teniente de alcalde, da una rueda de prensa sobre lo razonablemente bien que va el turismo este año en la ciudad de Valencia, y a algunos les sube la bilirrubina. Llega el primer gran buque de la MSC al nuevo muelle de cruceros, y a algunos, que esperaban un alarde populista con coros y danzas, les entra de repente el malhumor: vaya, un flanco por donde no es posible hincar el diente, algo que no va mal.

En la canícula de 2013 hay un sector, el venerable turismo, que no está haciendo luz de gas. Los hipercríticos, que no pierden comba, están a las caídas y dicen que es turismo de “low cost”. Pero ya quisiéramos que durara este “low cost” que nos envía italianos por oleadas, ya quisiéramos que durara el atractivo que sigue teniendo una ciudad que, se quiera o no, se dio a conocer con la Copa América y con las imágenes de la Ciudad de las Ciencias del denostado Santiago Calatrava.

Pero ¿dónde no hay low cost en este siglo XXI? ¿Qué se ha hecho de lo que antes llamábamos lujo y quién puede en estos tiempos disfrutarlo? El turismo, amigos hipercríticos, se ha hecho de alto consumo como casi todo. Se viaja en aviones cada vez más grandes y en buques que sobrepasan las 3.000 camas y los mil empleados. Cuando te instalas en un gran buque de crucero es como si te ubicaras en Benidorm o en Marina d’Or, solo que el hotel se desplaza mientras duermes y en vez de navegar –que es lo caro a causa de los precios del combustible– hace rutitas cortas, pequeños saltos, entre ciudades que están comunicadas con apenas tres horas de tren.

El turismo ha cambiado y se adapta. No puede ofrecer apenas exotismo –Egipto es inviable, Túnez y Marruecos se visitan con pinzas, el Líbano y Libia han dejado de existir–  y del Mediterráneo hay que tocar solamente el flanco norte que es donde el cliente encuentra euros, estabilidad y unas formas de vida razonables. El turismo se tiene que acostumbrar a afrontar una temporada sin muchas previsiones y con precios en oferta y fluctuantes: porque las vacaciones se deciden de un día para otro y las reservas se hacen por internet, da igual que hablemos de aviones que de hoteles.

El turismo, el “gran invento” de Manuel Fraga, sigue siendo el sostén más notable de la frágil economía española. Y las políticas de las ciudades inteligentes se tienen que seguir adaptando a una realidad convenida en la que, si viene al caso, lo más que se podrá hacer es incrementar los alicientes para que los viajeros no sean estacionales y se puedan propiciar también en otoño e invierno.

De ese modo, no habrá de extrañar que la cultura se reoriente hacia el turismo y que incluso llegado el caso se ponga al servicio de ella, como motor que es de primera potencia. Como no será de extrañar, sino todo lo contrario, si vemos cambios y fluctuaciones en los apoyos a los viejos grandes eventos. Porque a lo mejor es más rentable invertir un puñado de euros en mejorar las infraestructuras del Arenal Sound o el FIB que dejar caer millones de euros al paso de Bernie Ecclestone y sus dictadores de plantilla.

Lo malo es que los valencianos no aprendemos a hablar de estas cosas como lo que son, inversiones con mayor o menor rentabilidad social y económica; que no aprendemos a hablar de nuestros intereses sin politizarlos, sin ponerles el acompañamiento de la mala uva y el rencor político.

Acuerdos imprescindibles

Los grandes y los pequeños partidos, la sociedad valenciana y todas sus instituciones, deberían poner el mayor interés en alcanzar un pacto social, operativo y de largo alcance, para que fuera posible erradicar de nuestra sociedad, con la mayor colaboración de todos, una serie de lacras sociales gravísimas. Pondremos a continuación cinco ejemplos:

Incendios forestales. La lucha contra los incendios forestales, la consecución de un monte limpio y seguro debería ser una prioridad social extendida. No se puede hablar de una sociedad culta si su naturaleza está descuidada, si las costumbres ancestrales no se respetan y si se esquilma la naturaleza con la plaga del fuego.

Vigilar los melones. No se puede consentir, en modo alguno, el robo impune de cosechas. Hay que poner el máximo interés, la máxima dedicación, no ya a evitar que se esquilmen los campos, sino para conseguir que la sociedad entienda que el trabajo del agricultor es sagrado y no lo toca nadie. La escena de agricultores que están durmiendo en el campo para resguardar sus melones es una vergüenza pública que no deberíamos consentir.

La suciedad y la mala educación. Es preciso que la sociedad se ponga manos a la obra para recuperar los buenos modales y la buena educación. La gente, sobre todo en verano, suele vestir de forma muy inadecuada y la sociedad acepta, con excesiva resignación, un bajón cultural y educativo que se ha extendido en los últimos años hasta hacernos insensibles a todos. La suciedad que estamos consintiendo en el campo y la Albufera, con vertidos de escombros, trastos y basuras incontrolados debe ser cortada de raíz por las autoridades. Del mismo modo, hay que cortar con energía la proliferación de gorrillas y de pintadas, fenómenos que deberían ser erradicados muy activamente, con campañas de las autoridades en las que colaboraran todas las entidades cívicas.

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