El último tango de una alcaldesa

2003 en Valencia y por estas fechas. Mientras las bombas aliadas caían sobre Irak, a Rita Barberá una frase se le escapó de las entretelas: “¡Por un día la guerra no nos ha pillado en Fallas!”.

Doce años después, en 2015, la misma Rita, para estupor de todos, soltaba aquello de «Vos anime a que ‘dejeim’ passar el fred del ‘verano’ (…) i busquem el caloret faller”.

Estas ocurrencias de la popular alcaldesa de Valencia podrían formar parte perfectamente del guión teatral satírico y vodevilesco que el periodista y actor Tonino Guitián lleva años representando en los pocos escenarios donde no lo han censurado. Pero no son parte de un libreto, si no algunas de las contadas ocurrencias de Barberá que han trascendido, porque la Alcaldesa de España era hasta no hace mucho una intocable.

Con su pieza de teatro-cabaret La Doña y luego con El último tango de una alcaldesa, título que muy generosamente me ha cedido su autor para encabezar este artículo, Tonino parece haber profundizado como pocos en la particular idiosincrasia del personaje, hasta el punto de que ya nunca volveré a mirar a Tonino sin ver a la Doña, ni a la Doña sin ver a Tonino.

El Último tango de una alcaldesa parece una de esas piezas teatrales que se adelantan a los hechos y los escriben ex ante, con esa rara cualidad de la literatura de crear realidades y construir verdad. Vemos sobre el escenario a una Rita completamente sola, aferrada a un caniche disecado –quizá epifonema del PP– insultando a un público que primero se ha creído todos sus dislates y que luego la ha abandonado. La vemos trasegando JB y ‘llevándose tras bambalinas’ a muchachas del público y la oímos mofándose de un patio de butacas que la ha votado una y otra vez; y aún así, instalada en su soberbia de siempre, aparentemente invulnerable, nos despierta una intempestiva piedad que no sé si se debe a que Tonino, al construir al personaje, ha puesto en él rasgos de su propia humanidad o a que esta visión de una Rita atrabiliaria y al borde del hundimiento, pero aún así, ignorantemente egomaníaca, nos recuerda demasiado que la fortuna es una diosa caprichosa y que estamos todos sometidos a su azaroso vaivén.

Ahora que el futuro inmediato de Barberá pasa por la imputación y el oprobio y que en el PP no están mostrándole ninguna piedad -en un momento en el que la corrupción les pasa más factura que nunca- a mí la Doña me parece una víctima más de sí misma y de la política de pelagatos, traidores y trileros que se practica en este país, y de la que –de alguna manera- somos co-responsables todos, electores y elegibles, aunque unos con más agravantes que otros.

El PP ya no defiende a la Doña y reza avemarías para que dé un paso atrás y dimita y no arrastre más fichas de dominó en su caída. Rajoy, su ‘amigo personal’, el que la llamaba Alcaldesa de España, el que la defendía a finales de enero (“Está absolutamente limpia”) es el mismo Rajoy que acaba de ordenar al Comité de Derechos y Garantías del PP que le abran un expediente informativo.

Si la Doña se atrincherará o no en el Senado, con su botella de JB de atrezzo y su caniche disecado, es algo que de momento no sabemos. Quizá solamente lo sabe Tonino y la magia premonitoria y casandresca del buen teatro de cabaret.

Fina Godoy. Periodista

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