Fantasmas de casa

“In illo témpore”, un dictador que mandó muchos años en España habló de “demonios familiares” para referirse a ciertas características del pueblo español. Pero esta semana podríamos hablar de la irrupción de tres “fantasmas familiares”, tres manes o diablillos de la casa, que han vuelto a la actualidad de golpe y repente: Gibraltar, Marruecos y Cuba. Su presencia en la agenda de complicaciones española se remonta a varios siglos.

En efecto, Cuba, la Perla de las Antillas, ha vuelto a la actualidad. Allí nada cambia desde hace al menos medio siglo y mira tú por dónde que se ha venido a saber, finalmente, la verdad o parte de la verdad al menos, del triste episodio de la muerte del opositor Oswaldo Payá en el curso de la visita del español Ángel Carromero. ¿Fue el accidente un montaje que esconde un crimen? ¿Fue el juicio un cúmulo de invenciones? Lo curioso, lo muy grave del caso, es que Cuba vuelva a la actualidad, con toda su carga de afectos y tensiones. Y que siga siendo, pese al paso del tiempo, algo “muy especial” en la política exterior española. Tanto, que cunde la impresión de se calla lo que se sabe y se sabe lo que se calla.

Otro asunto “de familia” que ha vuelto a la actualidad con bandera y banda de música ha sido Gibraltar. ¿Se han dado cita los dioses malignos para que se desencadenara la crisis? La cuestión es que el ministro García Margallo dijo en el “ABC” que se había acabado el recreo y el resultado ha sido un resurgir de las quejas y tensiones en tanto que el llamado “contencioso de Gibraltar”, para que nadie de incomode, se supone que debe seguir eternamente prendido con las alfileres del consentimiento por parte española. Sí, los españoles hemos de consentir que se lancen al mar piezas de cemento que impiden la tarea de los pescadores en aguas que nunca han dejado de ser españolas; los españoles hemos de consentir que se abuse en la ocupación del aeropuerto y que la verja-frontera sea un coladero de contrabando de tabaco; los españoles, en fin, hemos de consentir las vejatorias declaraciones del mandatario gibraltareño y no debemos, en ningún caso, proceder a tensar las cuerdas para que Europa –que por supuesto siempre se llama andana– siga diciendo que ese es un conflicto bilateral que no le concierne a Bruselas.

Finalmente, el tercer asunto eterno, Marruecos, ha vuelto a enturbiar las aguas que el rey don Juan Carlos había dejado pacificadas y tranquilas tras su visita oficial de hace unos días. La concesión por parte del rey Mohamed VI de las tradicionales medidas de gracia pedidas por el rey de España ha sido el desencadenante. Porque en el nivel burocrático se mezclaron las listas de indulto y de traslado de presos que España había sugerido con el catastrófico resultado de que se indultó a un pederasta convicto y confeso. Pocas veces el rey de Marruecos había tenido que soportar la humillación de unas manifestaciones contrarias y de tener que disculparse ante ellas. Pocas veces, sin embargo, ha sido tan oportuna la dimisión de quien mezcló las listas españolas y la detención del pederasta, así como una reunión de alto nivel destinada a calmar las aguas.

Curiosamente, no se puede estudiar la historia de España de los últimos dos siglos sin tener delante, como una guía, la partitura de los tres territorios –Gibraltar, Cuba y Marruecos– que tanto dolor de cabeza vienen proporcionando a España. Las guerras, los muertos, han caracterizado por centenares dos de esos conflictos mientras la colonia británica siempre ha sido una espina clavada en lo más sensible del orgullo nacional. Tres territorios engarzados en la historia, particularmente bien queridos siempre, que en pleno siglo XXI siguen creando muchos quebraderos de cabeza.

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