La cadeneta

 

 

En principio había un problema: la palabra española cadena es idéntica cuando la escribimos en catalán. Y como a la palabra humana le ocurre lo mismo, el término “cadena humana” fue inmediatamente desestimado a la hora de proyectar una… cadena humana que enlazara la frontera francesa con el río Cènia, que separa Cataluña de la Conunitat Valenciana. De ahí que estemos hablando de algo distinto: de la Vía Catalana. Vía, dicen los organizadores, que lleva a la independencia al pueblo catalán.

Si le das vueltas es lo lógico: ¿cómo usar la palabra cadena cuando estamos aludiendo a una liberación? Los organizadores de la Vía Catalana pretenden liberarse, se sienten inmersos en un proceso de emancipación, y hablar de cadenas como medio de liberación no era en absoluto adecuado.

No es broma: la semántica, las palabras y su uso, son extremadamente importantes en casos así. Cuando el presidente Más usa la metáfora del movimiento por las libertades civiles que encabezó Martin Luther King, alude a todo el campo de sentimientos que acompañan a la campaña que terminó hace medio siglo en la concentración de Washington. Negros segregados que iban a urinarios distintos que los blancos, que viajaban en partes separadas del autobús, de eran forzados a aprender a escribir en aulas separadas… Aquella era la lucha del reverendo King y esta es la batalla del líder Mas. Que no aludirá –obviamente– a las marchas históricas de Mao Tse tung, ni mucho menos a la de Mussolini sobre Roma.

Vía Catalana, pues, sin cadenas, que seguirá la Vía Augusta de los romanos, aproximadamente, y que será, yo no lo dudo, una campanada internacional dentro de un conflicto lleno de silencios, trampas, secretos, trucos y fascinaciones. Sobre todo, de lo que no tengo dudas es de que va a triunfa en esos medios de comunicación tan superficiales e infantiloides –twitter y facebook– donde esta tarde se conseguirá el delirio al que se aspira: el trending topic, el no va más de la audiencia instantánea.

No dudo de la capacidad de organización de los catalanes para estas cosas. Ni de los medios que van a poner a disposición del proyecto. Si cada “encadenado” tiene instrucciones de no moverse de la cadena hasta que pase el fotógrafo asignado a su tramo, es que todo está “atado y bien atado” por la organización. Se persigue, sin mirar gastos, una repercusión internacional, una campanada, un arrebato de comunicación, y eso es muy probable que se logre. Para luego decir que “som a la Vía”, que estamos en el camino de la redención como lo estuvieron –¡ay!—los pobres libios, los tristes tunecinos, los frustrados egipcios, los arrepentidos turcos… que llegaron a creer que con un móvil en la mano se conquistaba un paraíso.

La cadena, la cadeneta, la Vía, iba a entrar en tierras valencianas. Aquí hay gente con tanta fe en la redención dels “Països Catalans” que se proyectaba –y se sigue proyectando pese a las prohibiciones– construir un poquito de cadena, de cadeneta, en el territorio comprendido entre el “riu de la Cènia i el Segura”. Es el momento en que, con ironía, me pregunto si no hubiera sido mejor no cohibir los intentos. Llegué a imaginar, hace unos días, que la cadena entraba en el Mercado Central por la puerta de la avenida del Oeste y salía por la puerta de la Lonja. Llegué a imaginar las reacciones de los valencianos, su generosa aceptación, el inicio de una sardanita en el círculo central, bajo la cúpula, antes de proseguir el enlace de manos, Bolsería arriba, hacia el Tros Alt y la calle Baja…

Es una forma venial de ver un problema grave. La mía es una forma de pasar desde la ironía a la amarga reflexión. Para preguntarse si la forma real de conseguir lo que el ordenancismo de Cristóbal Montoro niega no será hacer cadenas humanas desde Valencia a Camporrobles por la autovía de Madrid. No es el modelo valenciano, no es nuestro estilo de entender España. La mayoría de los valencianos no somos ni queremos ser nacionalistas radicales. Pero habrá que aceptar que el constitucionalismo no satisface algunas mañanas y el apego a una España armónica a través de un Estatuto que desde el equilibrio de financiación imparta justicia distributiva, lo tiene –¡ay!– cada día más difícil.

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