La confesión (y el pecado) de Raimon

Hace unos días, Ramón Pelegerino, más conocido por Raimon, dijo en una emisora catalana que él no era independentista. Bueno, ¿y qué? Exactamente. ¿Acaso no se puede decir? De creer a los separatistas, en Cataluña nada impide manifestarse libremente a los que allí mantienen opiniones distintas a las suyas. Nada de nada. Según ellos, todo es libertad y buen rollito, y quienes denuncian un clima coercitivo en el que se margina a los contrarios a la secesión o se los trata como a escoria o se los ridiculiza, están mintiendo como bellacos y son, qué van a ser, chusma anti-catalana.

Muy bien. A Raimon, después de aquella confesión, le están cubriendo de insultos. Desde las filas independentistas, por supuesto, y en las redes sociales, que son el descampado perfecto para los linchamientos virtuales. Nada nuevo bajo el sol, si a eso vamos y por ello, lo más novedoso de esta historia no es que al cantautor lo estén crucificando en Twitter por su falta de entusiasmo por la independencia. Lo curioso, lo significativo, es que haya un desfile de gente pregonando que Raimon tiene derecho a opinar.

Así, media docena de “profesionales valencianos de la cultura” consultados por el diario El País, como el vicepresidente de la Acadèmia Valenciana de la Llengua y el presidente de Escola Valenciana, han coincidido en “defender el derecho de Raimon a expresar su opinión”, aunque se guardan mucho de coincidir con la opinión del cantante sobre la independencia catalana. Otras personalidades de algún renombre en la prensa se están pronunciando de parecido modo. Raimon tiene derecho a opinar, afirman solemnes. Pero, ¿qué me dicen? Es decir, ¡cómo si no lo tuviera!

Piénsese medio minuto y se percibirá lo anómalo que resulta tener que proclamar tal cosa. Porque si es necesario decir que alguien tiene derecho a opinar es que ese derecho no existe. Si hay que defender el derecho de Raimon a confesarse “no independentista”, es que el no independentista tiene su libertad de expresión coartada. Y así es, en efecto. No legalmente, pero sí de facto. No porque el Código Penal sea distinto en Cataluña, sino porque hay una presión institucionalizada. No está prohibido disentir, pero la forma en que se trata al que disiente surte los efectos de una prohibición. La disidencia no se tolera. La disidencia se paga. A los que fueron héroes y símbolos del catalanismo, como Raimon, no se les perdona ni la duda.

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