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La esperanza vuelve por Navidad

Hoy nos despertamos en el popular día de la salud, un día especial en el que a lo largo de la mañana la melodía repetitiva de los niños de san Ildenfonso invadirá todos y cada uno de los ambientes de nuestro país, generando una agradable sensación de felicidad como preámbulo a estas Fiestas entrañables. El domingo finalizó el adventus que tendrá su máxima expresión la noche del 24 y que nos llevará hasta la epifanía, en esta gran celebración cristiana de la venida del Señor, unos días en los que parece que el mundo se da una tregua a sí mismo, ante tanta angustia y sufrimiento.

Ni el célebre Esquilache, popular protagonista allá por el XVIII de la implantación de este juego con un carácter benéfico, ni los Constitucionalistas de “La Pepa” en 1812 fecha de referencia de la lotería de navidad, podrían imaginar la trascendencia que este juego de azar ha alcanzado. Todos nos encomendamos a ese deseo unánime de ser agraciados con la “suerte” y poder así sacudirnos la pesada carga de esta crisis. Una liberación de nuestras cargas económicas que lastran nuestros hogares y que siguiendo nuestra cultura popular enfatiza ese dicho de que “el dinero no nos trae la felicidad…. pero ayuda mucho…”, y especialmente en este mundo tan materialista y relativizado, donde los seres humanos acrisolamos nuestra atormentada virtud.

La Navidad ha llegado también a un escenario político más crispado que nunca. Con una Izquierda en plena cruzada ideológica para garantizar el Socialismo del siglo XXI, generando a través de sus profetas mediáticos la sensación de verdadera putrefacción del sistema político del que ellos forman parte y de la que hacen responsable con el mayor cinismo al Partido Popular. Una sociedad que sigue secuestrada por un teledirigido estado de opinión hábilmente utilizado por los laboratorios sociales. Una semilla estratégicamente sembrada tras la victoria Popular en las Generales y con un calculado efecto retardado que pese a socavar los mismos cimientos constitucionales, no ha conseguido, hasta la fecha, cobrarse su más preciada presa, la tan codiciada caída del Partido Popular.

El espectáculo, sutilmente silenciado por los altavoces mediáticos, de luchas cainitas, de traiciones internas, de lucha por el poder en definitiva,que se ha producido y que todavía continua en todas las formaciones de la Izquierda, no es más una mera muestra del doble juego que siempre subyace tras la falsa apariencia de progresismo, transparencia y calidad democrática que ellos mismos se arrogan en el mayor ejercicio de cinismo político desde la Transición. Aquí no se busca la Política, el bien común, aquí lo único que vale es el Poder, la forma de manipular al demos en beneficio propio y al precio que sea. Un precio que pagaremos entre todos y del que luego nos lamentaremos.

El juego político, el debate abierto, la defensa de unos ideales, principios y valores y su proyección en la sociedad a través de la acción de gobierno, que puede y debe ser juzgada por los propios ciudadanos, está siendo prostituido por la demagogia y el populismo más rancio. La criminalización de todo lo político es un juego demasiado peligroso, pero al que algunos lo han apostado a todo o nada buscando esa llave que siguen sin encontrar. No creen en el sistema, viven de él y lo fagocitan, al igual que no creen en la Navidad tampoco, aunque la disfrutan desde ese relativismo laicista que buscan imponer desde la exclusión.

Para muchos es tiempo de esperanza, aún a pesar de la realidad compleja que nos acompaña. Muchos queremos huir del estrépito y la algarada para abrazar la serenidad, el sosiego y la paz compartida en alegre compañía. Otros siguen obstinados en el rencor y la revancha, en un eterno enfado consigo mismos, mientras la inmensa mayoría nos dejamos envolver por la dulce armonía del espíritu de la Navidad, una sensación que queremos compartir con todos. Es época de luz y claridad, aunque algunos quieran envolvernos en tinieblas y oscuridad, rompiendo una concordia que tanto costó recomponer.

Es hora de sacrificios que muchos hemos asumido como necesarios para salir adelante conscientes de nuestro deber cívico, mientras otros se erigen en una nueva Inquisición ideológica, reclamando una pulcritud cívica para todos menos para ellos. Pero también es hora de esperanza. Esperanza en que ese espíritu de la navidad inunde nuestros hogares de alegría ante un futuro más halagüeño para todos.

Esperanza en que ese ambiente político se reconduzca por la senda de una convivencia cívica de mutuo respeto. Esperanza en que la Política recobre esa dignidad perdida y vilipendiada por aquellos que han querido aprovecharse de ella y que han sucumbido ante un Estado de Derecho que nos protege. Esperanza en poder aprender de nuestros errores y articular esa verdadera sociedad cosmopolita que nos permita dar lo mejor de nosotros mismos. Esperanza en que la sociedad vuelva a creer en la Política, más próxima y humanizada, en ese arte de hacer posible lo imposible, en esa politeia aristotélica para designar la forma virtuosa de gobierno, en beneficio de todos.

Es tiempo de esperanza y estas fiestas nos permiten abrazarla y compartirla, especialmente con aquellos que más lo necesitan, invadidos de ese espíritu navideño que humaniza nuestra existencia. Esperanza en que esa rítmica melodía de hoy nos envuelva con los ropajes de una “suerte” que todos buscamos, y poder compartir esa alegría con los demás. Mucha salud, si la “suerte” no nos ha favorecido y Feliz Navidad.

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