La política como espectáculo

Que seguramente tendremos que repetir elecciones, parece más que probable. Venimos asistiendo, primero con cierta rabia y ahora con cada vez mayor desapego, al discurso feroz e irresponsable de los políticos y de muchos periodistas de temas políticos. Incapaces de gobernar los unos, y de informar con cierta objetividad los otros, atrincherados todos detrás de sus líneas rojas, nos ofrecen una espiral de violencia verbal, obscena y espectacular, televisada ad nauseam, que nos está alejando de la política.

La más pequeña discrepancia entre los líderes de los distintos partidos políticos y entre periodistas de distinto bando parece un casus belli y una afrenta personal, maximizada hasta el absurdo por la televisión. Programas de debate televisivo como La Sexta Noche, El Cascabel (al gato) o Al Rojo Vivo ya no se distinguen de las tertulias del famoseo, tan caras a las tele-audiencias españolas. La banalización de los programas televisivos de debate político en nuestro nos ha ido alejando de la verdadera participación política, entendida ésta como nuestra necesaria implicación en la re publica.

La información, el debate político, la tertulia televisada sobre asuntos políticos o sociales son ya reality shows. El maniqueismo, el uso abusivo del insulto y la descalificación, la absoluta mercantilización del medio audiovisual, la falta de dialogismo real, la puesta en escena de una emocionalidad exarcebada e irracional, la adopción por parte de los periodistas televisivos de un nuevo rol que les confiere el estatus de coprotagonistas de sus propias noticias, el acento en el espectáculo, que eran los rasgos propios de los debates y tertulias del cotilleo rosa, se han convertido también en rasgos distintivos de los debates sobre problemáticas políticas y sociales en las distintas cadenas de televisión españolas.

Pero la irrupción de esta especie de infoentretenimiento en el medio televisivo supone el comienzo de una serie de cambios que afectan a la construcción del mensaje informativo sobre los asuntos públicos o políticos de una determinada sociedad, y como consecuencia, el advenimiento de una especie de teledemocracia donde los medios contribuyen a la construcción del espectáculo político a través de una amalgama de símbolos y significados que construyen y modifican la percepción de la realidad por parte de una opinión pública cada vez más desencantada y descreída, “desmovilizada” de los verdaderos asuntos de estado.

Esta espectacularización de la política sería así una forma de organizar la vida social totalitaria, engendradora de imágenes destinadas a ser contempladas pasivamente, y en razón de ello, generadora de pasividad.  Como decía Guy Debord, estamos ante un espectáculo que implica la reducción de toda la multiplicidad de la vida humana a uno de sus fragmentos. Se trata del dominio de la economía del espectáculo y de sus leyes sobre todos los demás aspectos de la vida. Un espectáculo que no es sino ‘el discurso ininterrumpido que el orden presente mantiene consigo mismo, su monólogo elogioso, el autorretrato del poder en la época de su gestión totalitaria de las condiciones de nuestra existencia’.

La banalización de la política televisada ha terminado por cambiar incluso la propia escena democrática. Las implicaciones de esta traslación, que no significa avance sino empobrecimiento para la política, sus contenidos y protagonistas, son de la mayor gravedad. En estas condiciones, la democracia ha empezado a abandonar el marco de la razón comunicativa, donde debería estar, y se encuentra cómodamente ubicada en el terreno de las emociones. Finalmente, Belén Esteban y Cristiano Ronaldo han sido más fuertes que Kant.

Fina Godoy. Periodista.

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