Mare Nostrum, Un mundo difuso para una agricultura en riesgo

La verdad no puede esconderse

Iniciamos el último mes del año y seguimos inmersos en una continua convulsión social que zarandea la frágil estructura de nuestra joven democracia, evidenciando las miserias de una sociedad que sigue sin creer en sí misma, abducida por el pesimismo y el desánimo, con los brazos caídos y sin fuerzas para sobreponerse al mayor reto que como sociedad supuestamente moderna nos hemos enfrentado. Los desafíos constantes que tanto los nacionalismos excluyentes como los populismos reaccionarios plantean a nuestro Estado de Derecho, buscan ocultar una verdad quizás demasiado amarga para aquellos que juegan con esconderla tras los muros de la demagogia, constatando la doble moral y el relativismo imperante en una sociedad enferma.

Una verdad, la verdad, que en palabras del Papa Francisco no puede ser subyugada por la acción del hombre, pues es inequívoca y nos ayuda a superar cualquier trance por difícil que sea. Una verdad que manifiesta la fragilidad de la condición humana, y su grandeza. Una verdad que otro Pontífice, Juan Pablo I planteó también hace ya más de 25 años en el Foro Europeo, en un Discurso histórico que denunciaba la división en dos bloques contrapuestos de un continente y del mundo. Un Discurso que sirvió de ariete para derrumbar el mayor símbolo de la opresión de los pueblos en el siglo XX, desnudando las miserias del socialismo y desmontando esa realidad artificial creada por el stablishment a través de la mayor maquinaria de propaganda de la historia.

Y recogiendo aquel testigo, el Papa Francisco ha dirigido también dos discursos, ante el Parlamento Europeo y ante el Consejo de Europa que han marcado también la impronta y el carácter del Santo Padre al determinar la dignidad trascendente del hombre, más allá de la propia conciencia de ciudadano o de sujeto económico y que debe ser el epicentro de ese ambicioso proyecto político que representa la UE. Un proyecto que confluye en un pensamiento europeo heredero de múltiples y lejanas fuentes que provienen de Grecia y Roma, del espíritu celta, germánico y eslavo, y del cristianismo que los marcó profundamente, dando lugar al concepto de persona.

Una llamada de atención sobre ese peligro que acecha a nuestra sociedad. La soledad en sus múltiples y lacerantes facetas que reflejan el egoísmo que rompe la dignidad de la persona. Una dignidad trascendente que debe estar en la propia alma del proyecto europeo y en la necesidad de recuperar ese espíritu humanista que proclama y defiende. Y esa cosmovisión europea bien podríamos trasladarla a nuestro entorno. La Política en nuestro país ha perdido transversalidad, ha creado unas estructuras de poder que en vez de protegerla y potenciarla han generado desafección y rechazo. Una soledad que aísla la Política de aquellos que deben regenerarla, ya que priman las estrategias electorales y la supervivencia política por encima del interés ciudadano, al que manipulan y utilizan.

El Papa Francisco ponía el dedo en la llaga: “No se nos oculta que una concepción uniformadora de la globalidad daña la vitalidad del sistema democrático, debilitando el contraste rico, fecundo y constructivo, de las organizaciones y de los partidos políticos entre sí. De esta manera se corre el riesgo de vivir en el reino de la idea, de la mera palabra, de la imagen, del sofisma… y se termina por confundir la realidad de la democracia con un nuevo nominalismo político”. Y para ello, nos facilitaba la receta a aplicar, simplemente para revitalizar esa Democracia que todos defendemos “hay que evitar tantas maneras globalizantes de diluir la realidad: los purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría”.

No se puede esconder la verdad tras artificios populistas, ni ante estrategias deliberativas, ni ante una escenificación radicalizada de la vida política, para no tener que justificar la vuelta del marxismo revolucionario que supura por cada uno de sus gestos y propuestas.

Por ello la regeneración debe centrarse en recobrar los valores y principios que sitúan al hombre en el epicentro de la acción política, sacarlo del aislamiento en el que la vieja política le ha sumido, y dotarlo de esa dignidad cívica que logre superar esa realidad envenenada por aquellos que en la confusión generada, tienen mucho que ganar, sin importarles el alto precio que los demás tengamos que pagar. Al final la verdad no puede esconderse, ni la libertad constreñirse para alcanzar el poder.

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