Las Fallas de Kiev

En el cosmos del fútbol lo que no es pintoresco es desmesurado. Son desmesuradas, hasta bordear la obscenidad, algunas de las compensaciones económicas que reciben determinados jugadores; es desmesurada la afición, que explota en emociones que nunca se suelen dar en la ópera, el teatro, el tenis o cualquier otro espectáculo; son bastante pintorescos sus directivos, salvo honrosas excepciones, y, por fin, es pintoresca su organización, controlada por una élite endogámica que se propone, se entroniza, se sustituye o se desplaza, en unos oscuros mecanismos que se parecen tanto a la democracia como la jardinería al cultivo del cannabis.

Es comprensible, pues, que los dirigentes de la UEFA permanezcan absortos contemplándose el ombligo en forma de balón, mientras el mundo arde, como si lo que pasara en el mundo no tuviera nada que ver con el mundo auténtico que, según ellos, es el fútbol. Sólo así es comprensible que mientras las embajadas, las cancillerías, los periódicos de Europa contuvieran la respiración ante los sucesos de Kiev, al borde de una guerra civil, el ciudadano Platini, que ostenta el cargo de presidente de la UEFA, insistiera en que el Valencia se marchara a jugar un partido a una ciudad donde los disparos y el desorden reinan en las calles. A no ser que el señor presidente pertenezca a esa cofradía de tontos contemporáneos que, sin explicaciones científicas, van alcanzando los puestos más encumbrados en todo tipo de organizaciones incluidos los gobiernos de algunos países. Esa insistencia en querer llevar al Valencia a unas fallas con fuego real son el fiel reflejo de la desmesura y el pintoresquismo.

Cualquier día andará el mundo revuelto por el posible choque de un asteroide contra la Tierra, y no es difícil imaginarse al ciudadano Platini organizando el calendario del próximo campeonato, y ordenando a la secretaria que le reserve vuelo -en business, por supuesto- para el día siguiente. Platini fue un gran jugador. Y, hoy, un dirigente al que ha abandonado el sentido común, como a otros les abandona la novia o el desodorante.

Luis del Val

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