Los malditos deberes

En una ciudad de tamaño medio los niños se levantan a las ocho de la mañana, como muy tarde, porque a las 08,30 deben estar en la parada del autobús. Entran a las aulas a las nueve de la mañana, tienen un recreo de veinte o treinta minutos, según los centros, comen entre las 13 y las 13,30, y salen de la escuela a las 17,00.  Desde el momento en que se despertaron hasta el instante en que regresan a su casa (entre las 17,30 y las 18,00) han transcurrido casi diez horas. Algunos padres de familia de una región de España de cuyo nombre no quiero acordarme están algo indignados porque las autoridades educativas han suprimido los deberes. Les parece poco y, como gritaba Groucho Marx para que siguiera su marcha la locomotora del tren, piden más madera.

Hay algunos estudios evaluados por los tontos contemporáneos de guardia, que llegan a la conclusión de que los niños que hacen deberes en casa dominan mejor las matemáticas y el lenguaje. Ignoro los procedimientos empíricos, y estoy dispuesto a creérmelos, por la misma razón por la que admitiría que los niños que dedican el sábado y el domingo a estudiar matemáticas y gramática dominarían todavía más estas dos materias. Vamos, tendríamos unos monstruos bajitos, pero no tendríamos niños.

Abandoné el mundo de la enseñanza por culpa de los malditos deberes. No es porque esté yo delante de estas lineas, pero no era malo en el arte de la pedagogía y hacíamos de los deberes un espacio divertido y ameno, que se llevaba a cabo durante el horario escolar. Entonces, los padres acudieron al director a quejarse de que había un profesor muy vago que no les ponía deberes a sus hijos.  Y me llamó el director para pedirme explicaciones. Y se las dí. El director dijo que científicamente yo tenía razón, pero que no quería enfrentarse con los padres de los alumnos y me ordenó que pusiera deberes. Y me marché. Han pasado muchísimos años. Llegó el hombre a la Luna, cayó el Muro de Berlín, vino el GPS, Internet y la telefonía móvil. Pero hay cosas que, desgraciadamente, nunca cambian, así que pasen cien años.   

Ir arriba