Navidad y fútbol

El Valencia está en venta. El Zaragoza, agobiado. No sé cuántos clubs, apercibidos por la Unión Europea, que, por cierto, se mete en todo.

Y Messi habla: y dice que un club no es una empresa, como se cree un señor de la Junta Directiva del Barcelona.

Vivo en una ciudad en la que uno de los clubs es más que un club. (El otro es solo un club y bastante hace.) En los partidos, veo a la gente gritar y llorar, cosa que no hacen los empleados de Zara cuando venden un vestido o los del bar donde suelo desayunar. Como tampoco se tiran al suelo y se abrazan y se quitan la camiseta y les sacan tarjeta amarilla cuando les pido un café con leche, con tarta de Santiago y un agua.

Pero hablo con los del bar y veo que saben que si atienden bien a la gente y le dan productos buenos, se les llena. Y saben que si el precio de venta es superior al coste de lo que me venden, les quedan unos euros para pagar todo: alquiler, electricidad, agua y demás, incluidos sus sueldos. Y hasta los impuestos.

Repaso las afirmaciones de Messi y mi conversación con el del bar y veo que quizá en los clubs de fútbol ha faltado una cosa que debe ser difícil de aprender, sobre todo cuando te crees eso de que el club es patrimonio de la ciudad y los jugadores besan el escudo de la camiseta como si besasen a su santa madre. Me estoy refiriendo al sentido común. Porque me parece que muchos clubs se han endeudado ad infinitum y luego, no lo han podido devolver. Han debido pensar que eran partidos políticos y que el banco que les había prestado dinero se lo perdonaría. Y, cuando ese banco es Bankia y ha pasado a manos de Goirigolzarri, que intenta poner un cierto orden allí dentro y de paso conseguir dinero para salir adelante y hasta para pagar a los de las preferentes y para que los accionistas, pobres, que pusieron dinero allí, lo recuperen en un futuro que no exceda de los cuatro siglos, pues va y pone en venta al Valencia, que no es una empresa, como muy bien dice Leo, pero que si alguien lo compra por 70 millones, quedándose con la deuda de 250, o sea, lo compra por 320 millones, Goirigolzarri respirará y dirá: “otro muerto que me he quitado de encima”. (¡Vaya parrafada!)

(Leo ahora las últimas noticias y veo que el que quiere comprar el Valencia redondea la cifra a 400 millones. A partir de aquí, actualizo el artículo.)

O sea, que de acuerdo en que un equipo no es una empresa. Pero también de acuerdo en que, si no se dirige como una empresa, acaba en manos de Bankia o similar y el presidente de Bankia o similar lo coloca al primero que pase por la calle y que se deje.

Supongo, por aquello del sentido común, que ese primero que pase por la calle querrá sacar algún rendimiento al dinero que ha puesto. Porque si yo pongo 400 millones en una cosa -no le llamo empresa- será porque quiero obtener lícitamente un beneficio. Si no, seré una oenegé y una oenegé que tire el dinero de esa manera no es ni oenegé ni nada. Es una desgracia.

También podemos pensar que el de los 400 millones tiene muchos más y ha decidido dar una limosna al club. Se puede pensar eso, aunque me parece que sería el colmo de la ingenuidad, rayano en la estupidez, pensar que hay quien hace ese tipo de caridades para salvar equipos de fútbol.

Suelo ver a veces que el Ayuntamiento de la ciudad se queda con el equipo, por lo del amor a la patria, los colores, la tradición, lo que hemos disfrutado cuando ganábamos y lo que hemos llorado cuando perdíamos. Y, además, han  echado las cenizas de los antepasados en el campo para que les pisoteen  los jugadores que vayan viniendo, todos extranjeros, por supuesto, a los que les importan tres pitos las cenizas que pisan, lo mismo que no les importarán las cenizas de los socios de la Juventus, equipo por el que ficharán el año que viene o las de los socios del Olympiacos, el Dinamo Moscú o el Lokomotiv, cuando vayan a esos clubs, que no tardarán mucho.

El jugador quiere dinero, mucho dinero, porque la fama le dura dos días -menos, si le agarra un defensa leñero-  y se acabó la fama, a no ser que te hagas entrenador y te fiche el Bayern de Múnich.

Y si hay que invertir mucho en jugadores, de algún lado habrá que sacar el dinero.

Si hay que mantener decente el campo, de modo que, cuando un jugador le pase la bola a otro, el balón no se quede enganchado en un trozo de hierba con barro que se ha levantado, al lado de otros montoncitos de hierba fangosa que se han levantado también, de algún lado habrá que sacar el dinero.

Además, quizá haya empleados en el club. Y el entrenador y el segundo entrenador y el fisio y el entrenador de porteros, pack que cuesta unos euros también.

El dinero se sacará de abonos de socios, entradas, televisión, de vender activos (los jugadores, aun que no jueguen, son activos), camisetas y patrocinios, y giras en verano por Asia, donde hace un calor tremendo y de donde vuelven los jugadores derrengados, con ganas de irse de vacaciones ahora que empieza el colegio.

Como siempre, si todo lo que entra no es suficiente para pagar todo lo que sale, habrá que pedir un crédito. O dos. O tres. O más. Y como los créditos hay que devolverlos y, además, por esas cosas que pasan, hay que pagar intereses, también habrá que conseguir dinero para eso.

Puedo seguir estropeando las cosas. Por ejemplo, que al entrenador le apetezca fichar un segundo pivote que haga bien el enganche, frase que no entiendo en absoluto, porque soy de la época de un portero-dos defensas-tres medios-cinco delanteros. Y el del enganche cuesta mucho dinero y no lo tenemos. Y entonces hacemos una operación inmobiliario-financiera, con dinero que también se debe y lo traemos. Y resulta que ese chico no nos cae bien, que es antipático y chulito y los otros jugadores no le pasan la bola y no mete ni un gol. Y, por si fuera poco, no vende camisetas. Y hay que venderlo, casi regalado, a otro equipo donde cae bien, es simpático y vende camisetas. Un día metió un gol.

En resumen: hemos hecho un negocio, que, en realidad, es un pan como unas tortas.

O sea, Leo: que, para ti, es mejor que los de la directiva piensen que “aquello” es una empresa, aunque estén equivocados. Y que lo gobiernen como si fuera una empresa. Y, además, como si fuera una empresa suya, en la que han metido su dinero, no el dinero que les han prestado, hipotecando el estadio. El suyo.

Porque el cisco -la “burbuja”- en el fútbol español es gordísimo. No se salva nadie. Mi mujer me dice: “hombre, alguno se salvará”. Alguno.

Pero lo dudo.

P.S.

Hablar de fútbol estos días puede distraernos de lo principal: que hoy ha nacido el Niño Dios. Y, por eso, todos nos felicitamos, iluminamos las calles, cenamos juntos en familia, si ha habido algún roce lo arreglamos y decidimos que el año que viene vamos a ser mejores personas.

¡Feliz Navidad!

 

Ir arriba