Un fracaso llamado gorrillas

 

Me gusta la sinceridad con que Alfonso Grau admitió, hace pocos días, el fracaso municipal contra la plaga de los gorrillas. “Todas las grandes ciudades –vino a decir– hemos perdido esa batalla”. Lo que no me gusta, sin embargo, es que su discurso se haya quedado ahí, en el realismo consentido de la impotencia. Porque si el problema existe, si ciudadanía y dirigentes municipales coinciden en que estamos ante un problema, verde y con asas: hay que ponerse manos a la obra hasta tener herramientas válidas para erradicarlo.

Vas por los lugares de más concurrencia de Nueva York y no encuentras gorrillas. Como vas por Copenhague y no te asedian a la hora de estacionar. En la mayor parte de las grandes ciudades del mundo el que te asedia a la hora de moverte en coche, o cuando quieres estacionar, es el Ayuntamiento. En general, mucho más que en Valencia, hay que reconocerlo… Pero lo que no se discute, lo que no se consiente, lo que no se permite que nazca, y por lo tanto no prolifera, es esa profesión que consiste en ser asistente de estacionamiento y vigilante de coches estacionados bajo recompensa.

Pero todavía hay otra cosa que existe menos en las grandes ciudades del mundo civilizado con las que Valencia quiere codearse: son esos ayudantes-asesores oficiales de estacionamiento, unas personas que, como redención de sus delitos al volante, reciben un chaleco oficial y, con él, la confianza municipal del asesoramiento. Es, agárrate, una tarea en la que explican al conductor, por si no lo sabe, que aparcar es libre; o sea que nadie está obligado a pagar a los muchos gorrillas que vamos a encontrarnos y que en caso de aprieto, avisemos a los terceros en discordia, la Policía local, que es la que está para evitar cualquier coacción o amenaza a la hora de estacionar.

El caso valenciano, con esos detalles, se me figura estrambótico por demás: no quitamos a los gorrillas, pero tenemos en plantilla a unos voluntarios que explican que no deben ejercer. Nuestro fracaso, aceptado por la primera autoridad municipal, no es solo vergonzoso, sino que lo convertimos en un chiste nacional.

Así las cosas, habrá que volver a los orígenes para explicar a las autoridades municipales lo que queremos los ciudadanos conductores que vamos no ya a la playa, sino a un hospital, un centro comercial o cualquier otro punto de pública concurrencia, empezando por la concurrida calle de Poeta Querol…

No, ni queremos paños calientes ni queremos rendiciones incondicionales. Lo que queremos, señor Grau, lo que queremos señoras y señores del Ayuntamiento, es que no haya ningún gorrilla en ninguna parte de Valencia. Y que no haya tampoco ridículos asesores de lo que ya sabemos y conocemos. Lo que queremos en una Policía Local que actúe con igual de eficacia que las de Toronto, París, Viena y Nueva York. Que se manifieste con ellos de forma clara y expeditiva, que los asuste y ahuyente. Que los haga tomar el tren de puro miedo, como sin duda ocurre en Munich, Luxemburgo o Londres… donde nunca ha sido visto un solo gorrilla.

Hablo de miedo y me refiero, desde luego, al miedo a la ley. Que nadie se confunda. Miedo a normas y leyes que sin duda deben existir en esos países, a la vista de la eficacia que observamos. Regulaciones, para empezar, de extranjería que se muestran sumamente eficaces a la hora de expulsar a los extranjeros sin documentación, que es por donde España hace agua a chorros, año tras año, ahora con el añadido de que no hay un duro para hacer traslados colectivos de indocumentados a las fronteras.

Y hablo, también, de normas, que sin duda existen en Burdeos y en Berlín a la vista del despoblamiento de gorrillas, que regulan la estancia de las personas sin oficio ni beneficio, que son muy distintas –que nadie se engañe– a las personas pobres o desempleadas, que deben estar perfectamente atendidas por los servicios sociales. Porque de lo que se trata de saber, señor Grau, en vez de rendirse, es cuáles son los puntos, los incumplimientos y tolerancias, que hacen distinta Valencia de Estocolmo, Francfurt o Praga. Para solventarlos de inmediato con la finalidad de que no haya un solo gorrilla. Como si Valencia fuera “otra” ciudad europea más.

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