Un golpe que aplauden los demócratas

 

              
Egipto tiene 85 millones de habitantes. Aunque un tanto encogido internacionalmente sigue siendo la nación de mayor peso e influencia en el mundo árabe. Embarcada en la primavera árabe había celebrado hace algo más de un año una elecciones, generalmente limpias, que habían suscitado considerables esperanzas en su población y en los gobiernos occidentales, incluído el de Estados Unidos, deseosos de comprobar que la democracia no es incompatible con la mentalidad árabe.

Las elecciones presidenciales fueron ganadas por Morsi,  miembro de los antiguamente inquietantes
Hermanos Musulmanes pero que entró con buen pie. No creó problemas en las relaciones con Israel, la prueba del nueve en lo referente a su actuación internacional, y comenzó, a pesar de presiones de algunos miembros de su partido, con andadura prudente.

El tren de Morsi ha posteriormente descarrilado. Heredó una situación crítica, los militares que sucedieron a Mubarak y que permitieron las elecciones, no arreglaron ninguno de los problemas del país, pero el resultó un debil y dubitativo gestor de la economía, comenzó a dar bandazos en política exterior, y tomó una deriva autocrática, tratando de acumular poderes, y religiosa, limando el secularismo de los decretos y acrecentando la influencia de las directrices islámicas en  la legislación.

Su prestigio y, quizás en menor medida, el de los Hermanos Musulmanes comenzaron a deteriorarse. La situación económica está en los suelos, hay cortes de electricidad, han faltado productos de primera necesidad y la sociedad laica y la más occidentalizada empezaron a temer una incursión sin retorno del islamismo en su vida diaria. Las masivas manifestaciones de los últimos diez días aglutinaron a todos estos descontentos. Millones de egipcios han recibido así con alborozo que se destituya a su primer presidente electo.

El golpe de estado de los militares, más preocupados de evitar la inestabilidad del país que de perder sus poderosos privilegios porque Morsi no había hecho ademán de eliminarlos, ha encontrado así el aplauso de bastantes capas de la población. Una paradoja, una población que encuentra la libertad ve con satisfacción la intervención militar que trunca la democracia y sienta un precedente para algunos alarmante.

El golpe, “ golpe del pueblo” según entonan los jóvenes hartos de Morsi, bastantes de los cuales le habían apoyado, ha sido asimismo alabado, otra paradoja,  en varios países islámicos uniendo en el elogio a líderes de diversa procedencia, Arabia saudita, Jordania, Quatar y, sorprendentemente, Siria, están satisfechos. Túnez, la iniciadora de la primavera, se queja. También se revuelve Turquía donde su líder sufre estas semanas similares manifestaciones de descontento.

En Occidente, tercer aspecto chocante, hay alivio pero no se manifiesta. Es de mal gusto regodearse con un golpe de Estado. Por eso, Obama, que debe estar intranquilo, evita el calificativo. Si lo llamase “golpe de estado” tendría constitucionalmente que cortar la ayuda anual a Egipto, que no es una bicoca, son 1,300 millones de dólares. En varios países occidentales pasmó que hace meses Morsi nombrase Gobernador de Luxor a un dirigente de una facción islamista que hace unos años asesinó en ese lugar turístico a más de 50 extranjeros. 

Ahora se abre la incógnita del futuro, ¿pacífico, sangriento?, mientras el país pierde turistas que irán a Italia, Grecia, España, Túnez. Los cabecillas de los Hermanos han sido detenidos. Tienen, por la decepción popular  de este año en que gobernaron, menos partidarios, ¿pero permanecerán pasivos hasta la convocatoria de nuevas elecciones que deberían ser pronto?. No lo sabemos.
 

 

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