Un móvil en el retrete

Parece que tres de cada cuatro españoles, no prescinden del teléfono móvil, cuando van al cuarto de baño. Cuarto de baño es un eufemismo cursi con lo que llamamos lo que Camilo José Cela insistía en que debía denominarse retrete, que es su nombre castellano, porque también se le dice váter, un anglicismo procedente de “wáter”, o el galicismo toilette. Otro eufemismo muy gracioso es el de inodoro, que resulta una contradicción intrínseca, porque si hay algo que en muchas ocasiones es lo más contrario a la falta de olor es, precisamente, el retrete.

Pero no quiero perderme por meandros escatológicos, sino fijarme en esa ansiedad que causa el teléfono móvil, del cual no pueden prescindir el 75% de los españoles en esa ocasión donde la fisiología les recuerdo que su cuerpo no es angélico. Podría entenderse en un alto ejecutivo que está pendiente de un sustancioso contrato, o de un  empresario que debe recibir noticias del aplazamiento de un préstamo que significa la continuación o la suspensión de pagos,  o un anestesista que está pendiente de la llegada de un órgano para un trasplante. Reconozcamos que el 75% de los españoles no lo componen altos ejecutivos, cirujanos o empresarios en apuros. ¿Qué hay en esas vidas que no pueda aplazarse en un instante de fisiológica intimidad?

La única explicación que cabe es que se ha generado una dependencia que llega a extremos ridículos y que nos afecta a todos. Este último viernes salí con mi mujer a una cena y me dejé el móvil. Sentí una sensación de estúpida orfandad, pero no íbamos a cenar al desierto, ni a miles de kilómetros de casa. Al regreso, había dos mensajes que no cambiarán mi vida, y que carecían de urgencia. Pero no se extrañe si llama a un compatriota y, en medio de la conversación, escucha un brusco fluir de agua, que no corresponde al suave murmullo del arroyuelo, ni a las cataratas del Monasterio de Piedra.

 

 

 

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