Mare Nostrum, Un mundo difuso para una agricultura en riesgo

Una realidad secuestrada por una opinión distorsionada

Con el “chupinazo” sanferminero no sólo han dado comienzo los famosos y universales encierros de nuestros buenos amigos navarros, sino que a su vez, la vorágine política en la que vivimos toma nuevos bríos. Pablo Iglesias recibía su bautismo parlamentario en el epicentro físico de la “casta” europea de la que ahora forma parte, donde comprobó que no se andan con chiquitas ante las excentricidades del nuevo mesías del populismo bolivariano. Por aquí, el triunvirato conformado por los candidatos a liderar el PSOE disfrutarán hoy de su particular encierro en un “debate” dentro del formato “oficial” para evitar tener que apagar más fuegos en estos momentos de incertidumbre en sus filas.

Y mientras, la maquinaria mediática de la Izquierda, en general, sigue obstinada en plantear un escenario catastrófico a pesar de que todos los indicadores económicos y los datos del paro se empecinan en darles la contraria. Sus medios no nos dan noticias, sino que éstas aparecen ya presentadas para generar una determinada opinión sobre lo que ocurre, por lo que aquellos que acceden a determinados medios de comunicación, acaban por tener una opinión/percepción del mundo distorsionada. Se genera una opinión que no se sostiene en sí misma, una opinión interesada que intenta suplir a la realidad misma, perdiendo todo componente de verdad al quedar al albur de la realidad que interesa presentar.

El profesor Vallespín venía a establecer que el sistema democrático es el gobierno de la opinión, y funciona a partir de lo que la gente opina. Por ello, la cuestión central es si la opinión se fundamenta sobre una lectura común de la ciudadanía respecto a una realidad que se nos ofrece objetivamente o si, por el contrario, esa opinión se construye a partir de caprichos o de una estudiada y distorsionada percepción de lo real a partir de determinados cleavages ideológicos.

El historiador, novelista y escritor ruso Solzhenitsyn, nos recordaba en su famoso discurso en Harvard en 1978 que los medios masivos de comunicación se incluyen entre los principales detonadores de la corrupción inmoral prevalente en los países modernos. Al respecto, se refirió al «letargo de la TV» y a la «música intolerable,» y manifestó su inquietud de que los consumidores de medios masivos están teniendo sus almas divinas rellenas de chismes, tonterías, y pláticas vanas. “La prensa se ha convertido en el mayor poder dentro de los países occidentales, más poderoso que el poder legislativo, el ejecutivo y el judicial. Uno entonces gustaría preguntar: ¿con qué derecho ha sido elegida y a quién se hace responsable?. . .”. “La impaciencia y la superficialidad son la enfermedad mental del siglo XX, y más que en ningún otro lugar, esta enfermedad se refleja en la prensa.”

Y esa distorsión se confirma con la rotundidad orteguiana que sigue de rabiosa actualidad. Su análisis de la situación del país y de las seculares carencias de la sociedad española, desgranada en una conferencia en el Teatro de la Comedia de Madrid en 1914 nos debe hacer reflexionar: “no son solo los partidos los que han perdido el contacto con la realidad social, también el Gobierno, el Parlamento, las Instituciones e, incluso, la prensa forman una España oficial, ajena y lejana a la España vital. De ahí que, sigue Ortega, “las nuevas generaciones advierten que son extrañas totalmente a los principios, a los usos, a las ideas y hasta al vocabulario de los que hoy rigen los organismos oficiales de la vida española”. “La nueva política es menester que comience a diferenciarse de la vieja política en no ser para ella lo más importante, en ser para ella casi lo menos importante la captación del gobierno de España, y ser, en cambio, lo único importante el aumento y fomento de la vitalidad de España.”

Reflexiones que vienen al hilo del exagerado bombardeo de negatividad al que estamos siendo sometidos de forma inexorable. El estado de cabreo generalizado que la izquierda ha sabido prorrogar sibilinamente para socavar la legitimidad del Partido Popular, a pesar de sus errores, está siendo un hándicap que lastra nuestras opciones de salir adelante. Hemos dejado de creer en nosotros mismos y en nuestro potencial como país. Fuera nos reconocen méritos que dentro nos encargamos de tirar por tierra y hemos de revertir ese estado generalizado de pesimismo que como nos recordaba Ortega, es una lacra histórica que llevamos incrustada en nuestro ADN.

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