Una vinculación perversa

 

Con gran benevolencia he aplicado el calificativo de “perversa” a la vinculación entre el sector público y el sector privado, cuando realmente, y con más propiedad, debería haberla calificado de “viciosa”. Nunca he conseguido apreciar el mínimo signo de virtud en ella.

Por un lado, la vinculación, cualquier vinculación, viene precedida de un trato entre las partes que acaba generando intereses, que impiden la objetividad y la libertad. Por ello, y es buen momento para mencionarlo, no es extraño que la relación, produzca beneficios mutuos, bien para las instituciones o, en no pocos casos, para las personas sujetos de interrelación.

Mientras las cosas van por el camino previsto (observen que no digo por el buen camino), todo son plácemes, y el optimismo confirma los frutos de la vinculación. Se presenta al privado como modelo de empresario, cuando lo único que tiene en común con éste, es haber sido capaz de detectar donde hay un sujeto público, capaz de compartir intereses económicos de una relación. Tampoco es que aparezca con nitidez la figura pública, como alguien que trabaja por el bien común, el bien de la comunidad, sino que trasluce más evidente su inclinación por los propios intereses y por los de su vinculado, que también son suyos.

Las cosas se complican cuando el objetivo de la vinculación se desvía del camino previsto, generando situaciones no deseadas por el sector público ni tampoco por el privado. Cuando llegan las pérdidas en el motivo de la vinculación, éstas ponen en peligro la amortización de los créditos que se precisaron para la puesta en marcha del proyecto en el que convergieron los intereses públicos y privados.

Es el momento de reconocer que todo se hizo mal. Que el proyecto económico no tenía ni pies ni cabeza, y que sólo gracias a un aval que otorgó el sector público, obtuvo el sector privado la financiación que ahora se le reclama. Y ahí tienen a ustedes a un sector público que, en ese momento, se ve forzado a “rescatar” el proyecto privado y asumir las pérdidas de la sinrazón. Los ejemplos de rescate de autopistas de peaje sin automóviles y de aeropuertos absurdos sin aviones, son bien elocuentes de cuanto decimos.

¡Con lo fácil que hubiera sido que público y privado fueran cada uno por su camino, uno ejecutando y otro controlando, sin vinculación de intereses! 

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