‘Whatever it takes’: un año después

Hace justamente un año, un fatídico 26 de julio de 2012, el presidente del BCE pronunció estas 23 célebres palabras: “Within our mandate, the ECB is ready to do whatever it takes to preserve the euro. And, believe me, it will be enough”. Es decir, “dentro de los límites de nuestros estatutos, el BCE está dispuesto a hacer todo lo que haga falta para salvar el euro. Y créanme, será suficiente”.

A juicio de muchos, Draghi salvó no sólo a la moneda única, sino también a España: ciertamente, nuestra prima de riesgo cayó desde los 630 puntos a los 300 actuales, alejando las perspectivas de un default inmediato del país y proporcionándonos un precioso tiempo extra para completar nuestros muy necesarios reajustes tanto en el sector público como en el privado. En este sentido, las palabras de Draghi simplemente expresaban el compromiso del mucho más solvente gobierno alemán por extendernos una amplia línea de crédito a través de la manipulación monetaria del BCE. Alemania nos regalaba tiempo para que hiciéramos los deberes: algo desde luego criticable desde la perspectiva del contribuyente alemán pero un gesto de agradecer por parte del ciudadano español.

Sucede, sin embargo, que esta línea de crédito incondicional acarreaba un más que evidente problema de riesgo moral: ¿por qué iba Rajoy a utilizar el tiempo extra concedido por Alemania en aprobar impopulares reformas económicas si podía relajarse en su mullido hiperEstado a costa de seguir viviendo del crédito barato? A la postre, todos y cada uno de las timidísimos y escasísimos ajustes aprobados por el tancredista Rajoy fueron impulsados por la necesidad de “calmar a los mercados”, a saber, por la necesidad de convencer a nuestros acreedores de que, solventando los gigantescos desequilibrios que padecemos, España sería capaz de pagar sus deudas. Mas, garantizada la provisión de crédito asequible en el medio plazo, ¿para qué ahondar en unas reformas que atentan contra las esencias ideológicas socialdemócratas de Rajoy y sus conmilitones?

De ahí que algunos pronosticáramos hace un año que el movimiento de Draghi iba a enterrar definitivamente cualquier movimiento hacia la liberalización y la austeridad en nuestro país… como así ha sido: el Gobierno ya se ha encargado de renegociar el objetivo de déficit para 2013 y 2014 en el entorno del 6-7% (el doble de lo inicialmente comprometido), la profundización de la reforma laboral sigue durmiendo el sueño de los justos, las promesas de desarmar los oligopolios profesionales han ido marchitándose una tras otra, el adelgazamiento de la administración se ha quedado en un tocho de varios miles de folios con escasa trascendencia, y todo apunta a que la reforma fiscal proyectada para 2014 apenas consistirá en la consolidación del expolio fiscal montoriano por su marcado desinterés en atraer inversión foránea y promover ahorro interior.

Es verdad que esta desmoralizante parálisis gubernamental promovida por el dadivoso Draghi ha ido de la mano de un esperanzador ajuste ininterrumpido del sector privado: desde julio de 2012, las familias han reducido su endeudamiento en 36.000 millones de euros (un 4,2%) y las empresas en 122.000 millones (un 10%); a su vez, el saldo exterior de España sigue mejorando a un ritmo aceptable: si entre mayo de 2011 y abril de 2012 exhibíamos un déficit exterior de más de 30.600 millones de euros, entre mayo de 2012 y abril de 2013 (últimos datos disponibles) hemos cosechado un superávit de 8.100 millones. Por último, las últimas cifras de desempleo, si bien no son para echar cohetes, son en cualquier caso positivas.

En suma, como cabía esperar, las promesas de Draghi han llevado a apuntalar los desequilibrios del sector público y a extender el plazo para que el sector privado se siga ajustando dentro de los estrechos límites que le marcan las regulaciones estatales. El problema, empero, es que los agujeros públicos se están convirtiendo en una auténtica bomba de relojería que estallará tan pronto como Draghi parpadee, llevándose por delante cualquier progreso que haya podido germinar en el sector privado.

En el mejor de los casos, la política de Draghi y el PP nos conducen a Japón –deuda pública gigantesca, persistente desapalancamiento privado y estancamiento económico total durante más de dos décadas–; en el peor, a Grecia –quiebra por exceso de deuda pública– pasando por Argentina o Venezuela –populismo socialista e inflacionista para enmascarar los auténticos problemas de las economías–. Y es que, sin el pinchazo de la burbuja estatal, será extremadamente complicado levantar cabeza. El antiliberalismo del PP nos ha instalado en un círculo vicioso de muy difícil salida: sin reformas y ajustes, no habrá prosperidad palpable y sin ella no habrá estabilidad política; pero sin estabilidad política, tampoco habrá prosperidad palpable. El whatever it takes de Draghi fue sin duda suficiente para gestar la burbuja de nuestra ilusoria recuperación, pero también para prolongar nuestra inconsciente agonía.

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