Recuerdos con aroma a hinojo

En los últimos días de agosto, los ‘chiquetes’ y ‘chiquetas’ de Enguera van de ribazo en ribazo recogiendo hinojo para la fiesta de San Gil. Y digo bien. Porque en la patria de los Tolsá, Garnelo y Ciges, los niños son ‘chiquetes’ y las niñas ‘chiquetas’, según la tradicional parla enguerina. Un habla que representó como nadie el dibujante Palop en las viñetas de sus personajes enguerinos, los mismos a los que entrevistaba otro enguerino ilustre, Ricardo Ros, en cada entrega anual del libro de fiestas.

Ahí los verán, a los más menudos de la capital de la Canal de Navarrés, por el camino viejo de Anna, el camino del Vapor, a los pies del cerro de Lucena, por los barrancos de la carretera de Benali… Ellos y ellas con sus bicicletas, cargados de hinojo para construir sus ‘sangiles’ en las más diversas formas: troncos, cruces, ramos y, últimamente, hasta animales a tamaño natural.

Este año, me confesaba la concejala de Turismo Matilde Marín, el Ayuntamiento quiere echar el resto en esta fiesta única y diferente. Al caer domingo el 1 de septiembre, han dedicado todo el fin de semana a los niños. A partir de las 5 de la tarde del sábado, talleres para que todo el mundo tenga su ‘sangil’, danzas enguerinas, y hasta un taller para convertir meloncillos en farolillos, como el que un servidor paseaba hace unas cuantas décadas, por los caminos de la Solana de Enguera, entre caseta y caseta. 

Un trajín infantil que inunda la villa de olor a hinojo. Un perfume que embriaga y activa ese botoncillo de los recuerdos que todos tenemos, a ras de piel o escondido en algún pliegue de nuestra memoria. Y para el que firma estas líneas improvisadas, hablar de San Gil es hablar de la calle del Pilar y los años 80 del siglo pasado. Sólo han pasado 30 años.

En aquellos días, los vecinos menudos de la calle formábamos una tribu con un objetivo común:fabricar el ‘sangil’ más largo y robusto. No nos preocupaba tanto ser los primeros sino ganar a nuestros vecinos de la calle San Francisco. De hecho, no recuerdo que en aquella época hubiera un concurso como tal, con sus reglas y sus galardones. Armados de tijeras, gorretas y bicis, de la marca BH, Orbea o GAC, recorríamos el término despoblando ribazos y barrancos del preciado hinojo. Y mascando las semillas de la planta aromática.

Luego volvíamos pedaleando, arrastrando por la subida del Convento el ‘sangil’ recolectado y enfilando el último repecho de la calle San José, antes de caer rendidos ante nuestras madres. Una ‘bambeta’ y el turrón de cacahuete de casa Sáez resucitaba nuestro ánimo infantil. Y si no, una buena ‘chocolatá’. Otra expedición infantil a los cañaverales de la ‘contorná’, con ayuda adulta en ocasiones, aportaba el suficiente suministro de cañas para formar el esqueleto de nuestro ‘sangil’. Porque a aquella aromática montaña apilada sobre el asfalto había que darle forma de tronco. Y bien largo, a ser posible.

Cañas, hinojo, hilo de pita, tijeras, papel de seda… y la imprescindible colaboración materna. Horas y horas de agosto, sin descanso, envolviendo las cañas con el hinojo, apretando bien fuerte el hilo de pita… De vez en cuando, aquellos renacuajos formábamos un ‘comando’ y nos arrimábamos cautelosos a la calle San Francisco por el Terrero, para observar la longitud del tronco del ‘bando enemigo’. Solían descubrirnos y regresábamos corriendo con la lengua fuera y la información secreta. «El nuestro es más largo».

La víspera del día grande crecía la ansiedad entre el vecindario infantil. Ahí estaba nuestro ‘sangil’, arrimado a la acera, casi de esquina a esquina de la calle. Era tal nuestro sentimiento belicoso que incluso un año llegamos a proponer hacer guardias por turnos, para que no nos robaran o sabotearan nuestro artefacto natural. A las diez de la noche ya no había un alma menuda en pie. El Piquet, la montaña que domina la villa de Enguera, se encargó de custodiar nuestro tronco de hinojo.

El día 1 hay que madrugar. Este domingo, a partir de las 09.30 horas, a los pies de la Iglesia Arciprestal de San Miguel Arcángel, se concentran grandes y pequeños con sus ‘sangiles’, para recibir la bendición del párroco. Preside el acto la pequeña figura de San Gil, el abad barbado, que luego llevarán a andas los Juniors del pueblo. Todos levantan sus ramos para recibir el agua bendita. Ese era el momento en que los más pillos alargaban sus porras de hinojo para robar las ‘banderetas’ de los más pequeños. Llantos desconsolados y algún cachete. Luego todos marchan en procesión hasta la plaza del Convento, donde finaliza el acto con la entrega de premios a los mejores trabajos.

Es una fiesta cuyo verdadero origen se ha difuminado con el pasar de los años. Ya en en 1862 la revista “El Museo Universal” le dedica un hermoso grabado que reproduce la bendición del hinojo en la villa de Enguera. Tal vez, apunta mi madre, orgullosa enguerina, se remonte al uso medicinal de la planta. Árabes y romanos aprovechaban las bolitas de la planta para hacer infusiones. «Quien sabe si aquellas primeras enguerinas cogían manojos de hinojo para aliviar el flato de sus bebés y los adornaban antes de recibir el agua bendita. El primer lazo dio paso después a adornos más elaborados y aquello se convirtió en una fiesta»  

Este año, como una de las novedades, la Casa de la Cultura albergará los ramos, cruces y figuras ganadoras, para que todos puedan contemplar el aroma y la belleza del hinojo trenzado. Hasta la figura de bronce de Manuel Tolsá, ilustre arquitecto enguerino, inspira profundamente en su aposento de la ‘placeta de los civiles’. 

Tras la procesión, la Cooperativa del Campo obsequia a los asistentes con ‘panets’ con aceite de oliva virgen ‘El Campiñero’. La jornada dominical incluye una feria de artesanía, encuentro de bolilleras en la plaza Ibáñez Marín, además de castillos hinchables, toro carretón y ‘globotá’ para los ‘chiquetes’ y las ‘chiquetas’, los auténticos protagonistas de la fiesta.

Como envoltorio musical a ese aroma anisado del hinojo una cancioncilla que se repite de generación en generación: 
 

«Viva San Gil, 
con las patas de badil
y las orejetas 
de bufacandil».

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