Blasco Ibáñez y la fascinación americana

 

 

Vicente Blasco Ibáñez sabía lo que era el éxito. Lo venía disfrutando, en la novela, el periodismo y la política. Pero el éxito y el dinero que Hollywood le dio a manos llenas no le dejó tan desconcertado, tan deslumbrado, como la forma de ser de los americanos. Los testimonios que escribió así lo atestiguan.

“Una mañana recibí un fajo enorme de cartas de los Estados Unidos, de mises que pedían mi retrato y preguntaban si era yo.  Las había también de reverendos pastores ansiosos de conocer mi opinión sobre ciertas interpretaciones del Apocalipsis. Me tomaban por exégeta”, escribió el novelista valenciano en una especie de obligada confesión sobre su éxito americano, que encierra interesantes observaciones sobre Estados Unidos, los americanos y el mundo del cine en el que triunfó rotundamente.

La exposición inaugurada días atrás en la Casa Museo de Blasco Ibáñez contiene interesantes documentos sobre los contratos que Vicente Blasco Ibáñez cerró con los productores de Hollywood para la adaptación y filmación de sus novelas. Por los derechos cinematográficos de “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, que generó el comentario más arriba citado, Blasco cobró 170.000 dólares en el año 1919, bastante más que los 150.000 dólares que Joaquín Sorolla percibió por toda la serie de “Visiones de España” para Hispanic Society of America.

La publicación de “Los cuatro jinetes del Apocalipsis” le llevó al éxito en la pantalla, pero también en las universidades, periódicos y salones cultos de Estados Unidos, donde se disputaban poder tener cerca al novelista. “Recibí centenares de periódicos y de anuncios a la americana—escribió–. Enormes, ruidosos, en los que aparecía mi nombre en grandes caracteres y con el elogio de la “novela de la guerra”.

Habló en la tribuna del Congreso americano y fue “honoris causa” por la George Washington University

En una entrevista que le hizo José Jorique, Blasco Ibáñez se mostró asombrado de que los americanos le reconocieran, a bordo de un buque que hacía el trayecto Niza-Nueva York, como el autor de “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”, una novela que al término de la I Guerra Mundial arrasaba en Estados Unidos. En la entrevista, Blasco, que confesaba haber vendido los derechos de sus novelas con el 15 % de porcentaje, se quejó amargamente: “En esta me dieron mil dólares por los derechos. No ha sido un buen negocio”. Con todo, el editor americano, un buen, día le mandó una nota y un talón bancario: “Dígnese aceptar, como compensación, el regalo de veinte mil dólares”

José Luis León Roca, el primer biógrafo de Blasco Ibáñez, escribió sobre su etapa en estados Unidos: “La vertiginosidad del triunfo le tiene aturdido. A los tres meses de salir la primera edición, la novela había alcanzado la cifra record de 30.000 ejemplares por mes. Llevaba hechas unas veinte ediciones, con un total de doscientos mil ejemplares”.

Blasco quedó sorprendido al ver como los periódicos, necesitados de un retrato suyo, localizaron el que Sorolla le había pintado años atrás, depositado en la Hispanic Society. Pero el Blasco periodista se asombra al ver cómo lo que no se sabía sobre él se inventaba directamente: “El autor es un excéntrico inglés que reside en la Argentina, donde fundó un pueblo y se hizo proclamar su rey, encubriendo modestamente su origen bajo el seudónimo de Blasco Ibáñez”, escribió una revista. Pero León Roca aún aporta otro testimonio que al autor de “La Barraca” le debió dejar anonadado: “Blasco Ibáñez no nació en Inglaterra. Es un ruso emigrado a la Argentina, desde donde conspira a favor de su fraternal correligionario Kerenski”.

 

Conferencias de costa a costa

James B. Pond, al que Blasco llama “gran manager de conferencias en los Estados Unidos”, se presentó un día en Niza para contratarle. Había viajado expresamente desde Nueva York. El novelista valenciano quedó impresionado al conocer detalles de Pond: “El abuelo fue manager de Carlos Dickens en su viaje de conferencias por América; el nieto ha elevado allá a Rudyard Kipling, Wells y otros autores célebres”. El proyecto, que se realizó en muy buena medida, consistió en dar conferencias en todos los estados de la Unión.

“Las conferencias las daré en español. Pond quiere que sea así”, anotó Blasco asombrado. Y así fue como se hizo. Un conferenciante-ayudante hablaba antes que el autor valenciano; y anticipaba en inglés lo que el escritor soltaba, gesticulando mucho, a continuación. Blasco reflexionó sobre el asunto: “Tal vez sea esto algo grotesco, pero ¡qué demonio!, me enorgullezco de que existan por primera vez conferencias en español en los Estados Unidos, como hubo tantas francesas, italianas, alemanas, rusas, etc.” Las conferencias estaban generosamente pagadas. Y los teatros donde las dio siempre estuvieron llenos. Así, durante cuatro meses consecutivos, de norte a sur y de este a oeste.

Por intentar definir su éxito diremos que Blasco Ibáñez, el 24 de febrero de 1920, poco antes de ser recibido por el presidente Woodrow Wilson, habló desde la tribuna del Congreso de los Estados Unidos, donde fue presentado como “el primer escritor español del mundo”. Ningún otro español ha ocupado esa tribuna. Y ningún otro es doctor honoris causa por la Universidad George Washington, como él lo fue al día siguiente.

Blasco se enamoró de Hollywood y de Estados Unidos, mientras los productores yanquis de los años veinte quedaron enamorados de su facilidad para penetrar en el corazón de los espectadores en un proceso que doblaba siempre los ingresos en taquilla. En la exposición de la Casa Museo hay un documento que reúne la lista de todos los contratos destinados al cine en el que se anota o las cantidades percibidas en cada caso.

 

Otro modo de expresión

 “Fue hablando un día con D’Annunzio, cuando se me ocurrió lanzarme al cine como un nuevo camino del arte. Los dos habíamos sido traducidos en todos los idiomas y casi en todos los dialectos; pero no es solo la letra la que pierde en las traducciones, sino el alma misma de la obra; que siempre sufrieron quebranto los vinos con el trasiego”, dejó escrito don Vicente sobre su irrupción en el mundo del cine. Del deseo de mantener esa calidad originaria vinieron las películas: “Pensamos en el cine, hecho, intervenido, mejorado por nosotros, matiz nuevo de nuestro propio espíritu”, escribió.

Esa parte del triunfo del que fuera periodista y diputado republicano atrae sobremanera años después, en tanto que es muy poco conocida. El que fuera joven revolucionario, viviendo como un burgués en el Hollywood donde Rodolfo Valentino comenzó a triunfar con un guión de Blasco Ibáñez.  “Sangre y arena”, mi novela, será la primera película pensada y ejecutada por mi”, dejó esxcrito.

Blasco fue el primer novelista que aprendió a escribir pensando en el cine, una tarea especialmente cómoda para su habitual forma de relato, especialmente plástica y visual. En unos casos sus novelas se filmaron y en otros no. Mientras la cinta “Mare Nostrum” dirigida por Ingram, es una joya, “Andalucian love”, título para el cine de “La bodega”, nunca llegó a filmarse. Como no se hizo realidad una versión de “El Quijote” que iba a estar producida de forma grandiosa: “Hemos presupuestado un millón de pesetas. Entrarán ocho mil personas. La entrada del caballero manchego en Barcelona será algo de resonancia en el mundo de la cinematografía”, escribió Blasco Ibáñez. La cinta nunca se filmó, pero otras muchas le reportaron beneficios con los que pudo vivir la última etapa de su vida en la residencia de Fontana Rosa, en Menton.

En la planta baja y en el piso de la Casa Museo las evocaciones del novelista nos ayudan a entender todos los momentos de una biografía llena de contrastes. Desde su clamor contra la guerra de Cuba a su discurso a los cadetes de la Academia militar de West Point; desde el calabozo de la prisión de Gran Gregorio de donde Teodoro Llorente le sacó más de una vez, a la mansión de la Costa Azul donde falleció en 1928, tras una intensa vida.

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