Vinos con aromas musicales

 

Nada más entrar por la puerta descubrimos que esta no es una bodega más: la Bodega Baviera, sita en la calle Corretgeria a los pies del Miguelete inunda con su esencia al cliente nada más traspasar el umbral de entrada. Mientras esperamos a ser atendidos vemos a Vicente Gabarda, propietario y patriarca de la familia asesorar a un cliente sobre un buen vino para la cena. Pero Vicente no sólo es un experto enólogo, sino también un melómano: posee una colección de más de 7.000 mini botellines de licor y más de un centenar de instrumentos de viento madera y viento metal de los siglos XIX y XX.

Vicente nos permite pasear por los pasillos de la bodega que es hogar de miles de recuerdos asociados a cada producto de su colección. Las estanterías repletas de vinos y licores cubren las paredes mientras que de banda sonora escuchamos una melodía de música clásica que armoniza con la esencia de la bodega, una parte fundamental del negocio.

Y llegamos a la trastienda, donde observamos los miles y miles de pequeños frascos de licor adornando paredes y estanterías. La mayor parte de las destilerías que fabricaron estas reliquias desaparecieron hace años, lo que hace que esta colección sea aún más especial y a la que Vicente tiene especial cariño. “El antiguo propietario de la bodega – allá por 1860 – ya coleccionaba algunos pequeños frascos, y yo decidí continuar su obra” nos confiesa Vicente. Vemos que los botellines de todos los colores y formas diferentes ocupan más y más estanterías, repisas, armarios, hasta llenar paredes enteras “cada frasquito tiene detrás una historia” recuerda con una sonrisa.

Además de las miniaturas de vinos y licores que decoran las paredes, también observamos una gran colección de botellas a tamaño real “muchas de ellas pertenecen a destilerías desaparecidas. Nos muestra una botella con forma de loro, una reliquia de los 70 de la desaparecida destilería ‘El lorito’ de Benetúser. “Han intentado comprármela pero no está en venta”.

Según nos cuenta Vicente con añoranza en la voz, durante las últimas décadas la prohibición de algunas bebidas, el volátil mercado y la gran oferta de productos algunos fabricantes de botellas para vinos y licores se afanaban por modificar los frascos cada cierto tiempo para darles un aire más moderno, lo que hace que la tarea del coleccionista sea más intensa “a la gente le gusta venir aquí y ver las botellas que tengo en la colección, porque las recuerdan de cuando eran pequeños y las veían en la mesa de casa y se llenan de recuerdos positivos”.

 

El corazón de Baviera

Pero no sólo el vino y los licores son fundamentales para este vecino de Villar del Arzobispo que se crió entre barricas de este caldo milenario: Vicente, nieto e hijo de músicos, comparte su pasión por la enología con la música, algo fundamental en su vida. En su colección personal cuenta con más de 120 instrumentos musicales en perfecto estado de conservación, algunos de ellos procedentes de mediados del siglo XIX.

“La idea de coleccionar instrumentos musicales de época surgió en una de mis visitas al rastro de Valencia” cuenta Vicente. Más de un centenar de instrumentos figuran en su colección particular a la que le profesa la mayor parte de su tiempo “a pesar de no tener mucho espacio y de algunas riñas con la familia por el gasto que supone”. Pero lo cierto es que esta muestra musical es el orgullo de la familia y va aumentando año tras año. “La ilusión es más fuerte que el negocio” bromea con una sonrisa.

Vicente nos muestra una mandolina en perfecto estado, una de las joyas de su colección. Al acercar la vista vemos la fecha de fabricación: 1908 en un pequeño pueblo valenciano. Este excepcional instrumento formó parte de la Exposición Regional Valenciana en 1909 antes de ir a parar a la colección personal de Gabarda. Y como esta mandolina, cientos de anécdotas acompañan la adquisición de cada instrumento: un domra de Kazajistán perteneciente a un soldado de la División Azul; un helicón propiedad de un militar belga que veraneaba en Altea; o un clarinete, una de las piezas que guarda con más cariño tras haber sido cedida por un cliente de la bodega para su colección particular. Ahora todos estos instrumentos se guardan en una sección de la bodega que ejerce como sala de exposiciones permanente.

A base de buscar en chatarrerías, en contenedores de enseres de vaciado de viviendas y en tiendas de antigüedades Vicente ha conseguido un auténtico museo, un “asilo” como él lo llama de todas estas reliquias que en su día formaron parte de la historia musical. Todos ellos se encuentran en perfecto estado, a pesar de que algunos de ellos una vez llegaron a sus manos parecían irrecuperables. “Recuerdo cuando me trajeron un clarinete que había estado dentro de un arcón sumergido en el barro tras la gran riada de 1957. Tuve dudas sobre si dejarlo cubierto de barro o restaurarlo, debido a la importancia histórica que tenía” nos relata emocionado “finalmente decidí restaurarlo, ya que un instrumento está hecho para sonar; si no suena, es simplemente un objeto”.

Nos despedimos de este erudito melómano con una sonrisa en los labios y sorprendidos por la cantidad de historias y anécdotas de casi dos siglos de antigüedad reunidas entre cuatro paredes de una pequeña pero fabulosa bodega del centro de Valencia.

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