El raca-raca

El raca-raca es cansino. El raca-raca es estéril. No sirve para nada, no inspira nada, no conduce a ámbitos de política creativos. El raca-raca, ese modelo de hacer política que consiste en hablar, obsesivamente, de los defectos del otro, ha sufrido en Valencia un palo muy duro a raíz de la sentencia que ha dejado fuera del Caso Nóos al expresidente Camps y la alcaldesa Rita Barberá. La pregunta, sin embargo, es si va a desaparecer.

La sentencia que subrayó la inocencia de Francisco Camps y Rita Barberá, cayó como un jarro de agua fría sobre la oposición durante el debate de política general del martes. El PSPV, para empezar, cambió su estrategia y, seguramente por primera vez, no se aventuró en territorios de corrupción política en tanto que tiene imputado, desde hace pocos días, a Ángel Luna, vicepresidente de la propia cámara.

Y fue entonces cuando se hizo visible la extraordinaria pobreza de los discursos de la oposición, la debilidad infinita de los argumentos que se suelen esgrimir, en las principales instituciones,  fuera de lo que los periódicos están publicando sobre lo que los jueces hacen… y alguien se encarga de filtrar.

Porque esa es otra: la falta de imaginación de los líderes de la política hace que su alimento principal sea una papilla informativa cocinada en las redacciones de dos o tres periódicos y unos pocos diarios digitales. Un político al uso, habitualmente, no investigará nada ni se informará personalmente de nada de lo que compone su abanico de inquietudes: lo más normal, si es de izquierdas, será que beba sin respirar lo que publican dos diarios hechos en Madrid cuyo sesgo es claramente contrario al Partido Popular. Y esa información que es su alimento primordial le será facilitada cada mañana por un servicio de prensa que selecciona las informaciones y las sirve a la carta.

En el asunto que da pie a estas líneas, el de la no imputación de Camps y Barberá, hemos tenido pruebas muy claras estos días. Tanto Calabuig, jefe de la oposición en el Ayuntamiento de Valencia, como los portavoces de Compromis e Izquierda Unida lo que han hecho es lamentar la decisión judicial y asegurar que les gustaría recurrirla. Es el raca-raca, la tabarra, el impertinente soniquete de la matraca, que siguen tocando convencidos de que todavía hay electores sin criterio formado que lo escuchan. Y que seguirá mientras haya periódicos que les faciliten munición adecuada cada mañana.

El drama es que los electores ya han aprendido hace tiempo –y eso mismo suele darse también cuando la situación es la inversa y el PP está en la oposición–  que no hay que esperar de la oposición propuestas interesantes que se presenten como alternativas a las políticas de los gobiernos. Es muy raro que eso ocurra, es casi inaudito.

Por eso los debates políticos son como son –estratosféricos y difíciles de comprender– y nunca suelen ir al fundamento de las cosas. Se van por las ramas de la corrupción, un ejercicio que con una vez al mes que se racticase ya sería suficiente, y por los vericuetos del viejo dilema sobre lo privado o lo público. Sin que nadie proponga nada para que el Museo de las Ciencias tenga contenidos distintos e imaginativos, nadie aporte soluciones para que se cree trabajo en la construcción, nadie discurra medidas para hacer que los niños lean más, los transportes funcionen mejor y los perros ensucien menos las aceras.

Con todo, el parón que el raca-raca tuvo el martes –el miércoles ya fue otra cosa– no quiere decir que haya muerto. Regresará, no lo duden, en cuanto haya la menor oportunidad, a uno y otro lado de la escena. Porque los políticos, que sí que están preparados, no tienen ganas de hacer otra cosa…

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