¿Urnas o playa?

¿Ingratitud o traición?

Sola, zarandeada por el viento, apocada y derrotada. Así describía un periodista amigo mío la imagen de Rita Barberá, paseando este mismo lunes junto al cauce del Turia. Emblemático lugar de la ciudad que gobernó como una reina todopoderosa, quizás despótica y -presuntamente- mafiosa.

Ya no la quiere nadie. Parece apestada dentro de su propio partido. Abandonada por aquellos a los que arropó, encumbró y les dio cargos, dinero y poder hasta cuando menos se lo merecían (si es que alguna vez lo merecieron). Y por eso me pregunto si es ingratitud o traición lo que está sufriendo la antigua alcaldesa.

La ingratitud se define como la falta de reconocimiento de los favores recibidos, pero la traición es una violación de la fidelidad o lealtad que se debe o se espera. Y yo creo que es más traición que ingratitud lo que está recibiendo Rita Barberá de sus antiguos compinches (o actuales, porque siguen en sus cargos y en el partido).

Llevo poco tiempo en política, pero lo suficiente como para saber que la ingratitud y la traición forman parte de ella. Regenerar la imagen de los políticos pasa, sin ninguna duda, por regenerar los partidos políticos. El poder corrompe. Hace a las personas egoístas, vanidosas y codiciosas. Proclaman en mítines la solidaridad y la fraternidad, mientras practican la ambición, el egocentrismo y la mezquindad.

Esa es la realidad de nuestra política en la que parece que el Partido Popular se lleva el premio más grande en el concurso del bochorno. Es más cómodo rodearse de palmeros y chaqueteros que de gente válida y en ocasiones crítica. Un adulador quizás nunca le haga sombra a ese líder o lideresa, pero solo podrá aportar desconfianza, mediocridad y, cuando las cosas se pongan feas, traición.

Si algo es necesario inculcar en esta política y en esta sociedad es honestidad. Una palabra en desuso y de significado extraño para muchos políticos, pero espero que aquellos que hemos entrado en este mundo con la ilusión de cambiarlo, tengamos la fortaleza suficiente para recuperar su uso y consigamos impregnar de dignidad la política valenciana.

Artículo de colaboración de Toni Subiela

Ir arriba