Patrimonio de la Humanidad (Valencianista)

Le llaman Mariete y fue uno de los pocos que escapó el sábado al sopor de Mestalla, porque vaya partidito que se marcó el Valencia de nuevo. Mariete tiene seis años y no entendía como su padre estaba especialmente nervioso ese día. El rival, colista, a priori no daba miedo pero, con el poco juego que despliega el renacido Valencia de Djukic, todo puede pasar.

Pero no, en su joven mente intuía que era algo más, que algo extraordinario pasaba. Ramón, su padre, le había insistido que se pusiera la camiseta de la Senyera para ir ese día al campo. No valía la última de Joma blanca. Tenía que ser la clásica, la tricolor.

Al llegar a la Avenida de Suecia, Mario empezó a entenderlo todo. A su padre le brillaban los ojos de forma especial al verlo a Él. Corrieron hasta a la puerta del bar Estrella, el de siempre, para fotografiarse con Él. Doscientas personas le franqueaban el paso y coreaban su nombre. Era Kempes, don Mario, que al fin volvía al club de toda su vida -punto para ti, Amadeo-.

El más internacional de todos los internacionales valencianistas estaba allí. Tan imponente como cuando jugaba, con el pelo más corto y visiblemente más mayor. Eso sí, también más sonriente, calmado y condescendiente con la gente, su gente. Porque la afición lo sigue queriendo con locura, como hace treinta años.

La comitiva tardó cinco minutos en cruzar la calle. Si no llega a ser por la ayuda del director de comunicación, Damià Vidagany, y un par de miembros de seguridad, Mario aún hoy estaría allí recibiendo infinidad de muestras de cariño. Las merece.

Ya dentro, desde su localidad, Ramón y Mariete –a falta de buen fútbol- pudieron comprobar cada uno a su manera por qué Kempes es Patrimonio Deportivo de la Humanidad (valencianista). El padre, recordando viejos y gloriosos tiempos cuando iba de la mano de su propio progenitor al viejo Mestalla; comentando si Cartabia será el heredero del zurdo argentino y riéndose ‘por lo bajini’ cuando él se dejaba melena como el cordobés indómito.

El hijo, comprendiendo por qué la Curva Nord se llama Kempes en recuerdo al Matador, por qué la Senyera era imprescindible este sábado y consciente de que su propio nombre es un homenaje de su padre al ídolo de su infancia. Y ambos, con la piel de gallina cuando todo el estadio coreó «¡Kempes, Kempes!», conscientes de que con gestos como el de recuperar a Mario para la entidad, siempre será más fácil preservar el espíritu del Valencia campeón. 

 

David Torres (@DavidCanalNou)

Periodista Radio Nou

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