Las taifas y las ferias

 

 

Leo que Feria Valencia ha cedido un buen trozo de sus instalaciones a una gran superficie del mueble y el bricolaje, y me inquieto. Pero después de recorrer Teyoland y ver cómo funciona, me tranquilizo. Primero porque este nuevo comercio del mueble está muy bien y según me informo casi todo lo que vende es español; y en segundo lugar por ¿qué es mejor: que la Feria ceda una parte de sus instalaciones a tienda o que las mantenga cerradas e improductivas?

El debate empezó a serlo cuando trascendió que FIMI, una feria valenciana, se iba a celebrar en Madrid. “Nos vacían la Feria”, pensé enseguida. “Se nos llevan las ferias como se llevaron a la familia real en los tiempos de Napoleón”, gritó mi vena patriótica movida por el instinto Palleter. Pero, claro, luego viene la reflexión. Y que es mejor, ¿languidecer donde siempre o probar un cambio de maceta? Porque el caso es que si lo que Feria Valencia está inventando es hacer que ferias valencianas encuentren clima y caldo de cultivo en Madrid, y encima cobra por ello, lo que ocurre es que podríamos probar con otros mensajes y titulares: “Valencia exporta sus ferias”, por ejemplo, sería un concepto al que nadie pondría reparos.

“El Palau de les Arts dilapida con costosísimas funciones” es un titular/concepto que la prensa ha manejado son soltura. Pero cuando los montajes hechos aquí se venden en Estados Unidos y se cobra por ellos más dólares de los que aquí costaron en euros, eso ya no se publica o se da mucho más chiquitín. Trampa.

Pero la verdad es que no sé si con la Feria acabaremos haciéndonos trampas en el solitario, que es la peor de las prácticas posibles. Porque si la Feria está a dos velas, si no tiene recursos para la nómina, lo primero que se debe exigir a sus responsables es que se esfuercen muchísimo para intentar soluciones; que hagan lo imposible para vender y reflotar, que se rompan los cuernos en el esfuerzo… cosa que yo creo que han empezado a hacer aunque sea un poco tarde.

Para destituir siempre habrá un momento, le diría a los impacientes. Como les diría también a los que ahora claman contra las grandezas constructivas de principios de siglo que ahora es fácil criticar y lo valiente era, en su día, levantar la voz y hablar. Muchas de las cosas malas que ahora nos ocurren –hemos de reconocerlo sin timidez—las hemos fraguado lentamente a costa de muchos silencios. Y con errores que empezaron con aquella idolatría ferial hacia el sector del mueble; que es el que hace apenas diez años pedía metros cuadrados sin cesar y exigía pabellones de dimensiones galácticos.

Con todo, si quiero desfogarme un poco a costa de los problemas de Feria Valencia tendré que ser justo y reprochar, sobre todo, la falta de cohesión de mercado que hubo en los gobiernos de Felipe González y Aznar, en los años ochenta y noventa. Porque por halagar a Cataluña y al País Vasco, por no incordiar a nadie, por dárselas de liberales, consintieron que las autonomías y el Estado rociaran dinero de forma alocada sin ejercer esa autoridad estatal que necesitábamos aplicar de forma inflexible.

¿Que para qué? Pues para que alguien dijera, de forma rigurosa, que feria del Calzado hay una en toda España y está en Elda. Para ordenar que no hubiera otra feria del Mueble que la de Valencia y que se respetara la feria única del automóvil en Barcelona. Para consagrar Fitur en Madrid y propiciar la feria de la pesca y el percebe en Galicia. Para evitar, si se hubiera podido, las taifas de las ferias que padecemos ahora. T para conseguir, en fin, que este fuera un país práctico, sensato, inteligente y con un mercado ordenado, donde las autonomías no propiciaran, con cubos de dinero público, el nacimiento de múltiples ferias raquíticas y reiterativas en instalaciones mastodónticas que costaban un dineral.

Pero el problema es que el Estado se nos murió un día y no llegamos ni a enterarnos.

 

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