Modestos derrochadores

En España hay más de ocho millones y medio de segundas viviendas, esos apartamentos que se denominan “casas de vacaciones”, aunque no dispongan de más de 60 metros cuadrados. Según una agencia especializada, todos los ciudadanos de la Unión Europea, absolutamente todos, podrían pasar 15 días en España ocupando esas viviendas vacías.

Confieso que estoy dentro del lote de los modestos derrochadores, porque es un derroche invertir una cantidad de dinero en la segunda vivienda, y equipararla como si fueras a vivir durante todo el año, de tal manera que todo se duplica: dos lavadoras, dos lavavajillas, dos sistemas de aire acondicionado… incluso dos juegos de sartenes.

La segunda vivienda, además, paga el IBI, y la cuota de la comunidad, amén de esas derramas estremecedoras que se producen cuando hay que reparar al alcantarillado o los viales de la urbanización. Echando algo de aritmética, si añades el capital inmovilizado, teniendo en cuenta que nunca pasas más de dos semanas en la flamante “casa de vacaciones”, te sale cada día de estancia en tu pequeño apartamento a unos 850 euros, que sería el precio de una suite de lujo en algunos hoteles de cinco estrellas, donde, por cierto, no te tienes que hacer la cama, ni lavar las sábanas, ni limpiar los baños.

No es ninguna exageración. Bien es verdad que, al cabo del tiempo, si los asuntos de la economía española y mundial fueran normales, tendrías una propiedad que se habría revalorizado. Pero como lo de “normal” es algo que pertenece al pasado hay muchos de esos ocho millones y medio de modestos derrochadores que, según cuándo compraran, hoy se encuentran con que la “propiedad” se ha devaluado y vale en el mercado menos dinero del que costó.

Cuando transcurra agosto, y venga el tiempo de la vendimia, les invito a que se den una vuelta por las urbanizaciones de la costa valencia, por ejemplo. Y verán una iluminación exterior que hace aun más estremecedora la falta de luz interior. Todas las ventanas cerradas, oscuras, proclamando que aguardan al verano próximo. Muy de tarde en tarde, un balcón que deja escapar, a través de los cristales, la claridad de una lámpara que anuncia un piso habitado. Y otro inconveniente: como la propiedad no viaja, tienes que ser tú el que viaje a la propiedad, y siempre el mismo destino.

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