Mare Nostrum, Un mundo difuso para una agricultura en riesgo

Calidad democrática o virus de la Democracia

Dentro de la constante ceremonia de la confusión en la que vivimos inmersos, gracias a la consistencia mediática que alimenta la algarabía popular, a pesar del secular pesimismo de nuestra sociedad tan bien descrito por la Academia desde el Barroco, e independientemente de la acción reformista del Gobierno, determinante para nuestro futuro, el mal que nos aqueja es mucho más profundo porque afecta al propio ethos de la Sociedad.

El problema de la calidad democrática es una cuestión que viene siendo desarrollada desde la Ciencia Política y no es un mero titular al uso, sino que viene a describir y constatar que en este territorio donde se asienta el Estado-Nación más antiguo de Europa, protagonista y partícipe de los mayores logros de la civilización occidental, la Cultura Política también se ha visto arrastrada a participar de aquello denominado como “el mito del fracaso de España”, el lado oscuro de una Historia que ha ganado la partida demasiadas veces.

La Unidad de Inteligencia de The Economist viene desarrollando un análisis anual en el que establece un ranking de calidad democrática en 167 países, que aquí en España ha servido de base a los estudios del profesor Vallespín, quien advierte de las consecuencias de la desafección ciudadana alentada por la crisis en la propia calidad de nuestra democracia. España en 2008 ocupaba el puesto número 15, en 2011 bajó al 24 y al 25 en 2012, todavía dentro del grupo de las Democracias plenas, por delante de Italia y Francia y a 9 décimas de EEUU por ejemplo. El ranking lo dominan los países nórdicos, Nueva Zelanda, Australia, Suiza y Canadá.

El profesor Vallespín introduce dos dimensiones de la Democracia para profundizar en el análisis, la del hardware democrático, donde sitúa el núcleo institucional, y la del software democrático, el cual nos permite procesar dichas instituciones, determinando cómo funcionan y como son gestionadas, para lo cual pone en valor a una sociedad civil potente y a una clase política de calidad.

La interrelación de ambas debe ayudarnos a establecer esa conciencia moral en la sociedad que demande esa ética pública y exija una corresponsabilidad que dé más contenido a la Democracia, que aúne todo un conjunto de valores, promoviendo una cultura de diálogo, de confianza, crítica, con libre acceso a la información para poder elaborar un juicio sobre los componentes de una sociedad democrática y poder avanzar en su mejora y perfeccionamiento constante, porque la participación de los ciudadanos en ese contexto de corresponsabilidad es lo que pone en funcionamiento las instituciones y establece un marco de convivencia cívica, más allá de la propia dimensión empírica de la Democracia.

Como peligros subyacentes al sistema, el profesor Vallespín establece unas amenazas, unos virus de la Democracia, determinados por la Tecnocracia y la complejidad de la Política, por la mediación política y la crisis de los Partidos políticos, por la apatía y alienación política, por la crisis de lo Público y por la Mediocracia o contaminación mediática de la Democracia.

El análisis que refleja una realidad palpable, vuelve a incidir en ese valor histórico que nos caracteriza y que convenientemente espoleado se convierte en un peligroso escenario donde las actitudes hipercríticas y el desencanto generalizado deben ser contrarrestados por aquella medicina que tan sabiamente Cánovas describía:

“los españoles necesitamos grandes dosis de autoestima. Necesitamos vernos como somos, trabajar más y mejor, reconocer nuestros defectos sin flagelarnos. Y encontrar así el justo medio, sin avergonzarnos de nuestra historia y procurando corregir los errores pasados de cara a un futuro mejor”

Juanvi Pérez

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