William Vansteenberghe, Experto en Inmigración. Aquarius, el frio cortante de las olas

El Águila Desplumada

Austria ha escenificado uno de los males que empiezan a ser recurrentes en la política europea, la selección entre lo considerado inútil y el populismo. En verdad no se vota en conciencia sino para evitar algo, y todos sabemos que esto no es la más creativa de las soluciones, indica miedo, y poca oferta novedosa frente a la panoplia de problemas que afectan a nuestro Continente. El sistema está condenado a reinventarse y a redistribuir las cargas de forma equitativa, y no siempre sobre los hombros que menos poder tienen.
La segunda vuelta de las elecciones austriacas han arrojado una sensación de pánico en ciertos países, no el nuestro que vive en otra dimensión, pero en Francia estas elecciones han producido ríos de tinta, por la obvia relación con la situación del Frente Nacional. Pero Bélgica, que ya se ha sumado a la horda de los partidos Nacional salvadores, sobre todo en Flandes, víctima constante de fantasmas lingüísticos eternos, Dinamarca con su empuje hacía la derecha que utiliza los extranjeros como punta de lanza, igual que Alemania, Suecia, Polonia, Hungría, todos los Balcanes, Grecia y lentamente Bulgaria t Rumanía que ve con ojos muy inquietos el posible rebote de los refugiados desde Grecia, Macedonia y Turquía, pensándose apuntarse a lo de la moda de los muros, comenzada bajo la mesa y sin taquígrafos por nuestro país, que para estas cosas siempre está por delante.
Finalmente el candidato ultraderechista Norbert Hofer (FPÖ) ha sido derrotado por el independiente apoyado por Los Verdes, Alexander Van der Bellen, curiosamente, hijo de inmigrantes Holandeses.
Es bueno recalcar que las dos opciones han desbancado de forma absoluta lo de siempre, la Derecha, los liberales, y los Social Demócratas los cuales han sido eliminados de esta votación. Estamos por lo tanto ante un cambio radical, en un país que ama las piedras porque jamás cambian de sitio, o sea muy conservador.
Las dos opciones son un salto en el vacío que si sale bien, condenará al ostracismo de la Historia, las opciones anteriores.
El hecho de que Europa esté pariendo serpientes sin parar, empieza a ser preocupante y debería estimular a los que se dedican a eso de la gestión, a empezar a pensar si los programas de gestión territorial no deberían ir orientados a reforzar la idea de Europa, con actos reales y medibles, en vez de comportarse desde Bruselas como un grupo de matones que exigen lo mismo al Norte, al Sur, al Este y al Oeste, demostrando así poco conocimiento de la realidad vigente , no la que ellos inventan en despachos, y la necesidad de utilizar el tiempo real como factor de medición y no los tiempos de los mercados que siempre rozan la histeria.

Europa está enferma, y en parte lo está por empacho. Una boca muy pequeña tragó países más allá de las fronteras del objetivo inicial, que era recrear el Imperio romano. Mil años de luchas incesantes para recrear lo que en el inconsciente intelectual de los gestores europeos era el Santo Grial, alejarse del barbarismo y entrar en la Cultura Greco-latina. Es decir volver a casa. Pero hemos sido muy ambiciosos y no hemos sabido refrenar la tentación de engullir lo que el mar soviético dejo tras de sí, al retirarse a su palacio de Invierno.
Sin haber resuelto los mecanismos de solidaridad entre Norte Y Sur, abrimos Europa al Este, ante la oportunidad de arrebatar a Rusia su papel de Imperio.
Pero de pronto fuimos frontera con el Monstruo que se agitaba a los niños que se negaban a dormir, y con ello tuvimos frontera más allá de nuestra historia, y nos pegamos a la bocana por donde han venido todas las invasiones a lo largo de la Historia, con la excepción de la Árabe.
Todo esto lo hicimos sin mecanismos de confluencia, de coordinación seria, ni económica, ni administrativa, ni siquiera policial y menos social.
Además abandonamos la posibilidad que existió de facto, de las diferentes velocidades, este tema se transformó en tabú, todos de golpe o nada.
Todo esto dio lo que vimos en España cuando llovieron los fondos estructurales europeos, dinero fácil que parecía no tener fin y que debía ser utilizado deprisa, por el empuje administrativo, proyectos sin coordinación, sin continuidad, absurdos e inútiles, además de agudizar las enfermedades del nepotismo y de la corrupción, compañera eterna de los políticos y de la administración española.
Pelotazo, descoordinación y castigo. Se llamó la Santa Trinidad. No fuimos los únicos, en el Este fue mucho peor, Bulgaria y Rumanía las reinas de la corrupción, cambios incesantes de gobiernos de todo tipo, y sobre todo una gran desilusión entre sus población con la propuesta liberal, concebida a la salida de la URSS como el Paraíso.
Pero las fronteras ofertadas nos hicieron orientales, o sea gestores de las políticas del Oriente, pero ya no como colonos alejados de la Metrópoli, no, como vecinos y en un mundo comprimido por una red de comunicación subjetiva.
Sin ejercito común, sin política de fronteras, sin política ni capacidad de gestionar la integración y cortocircuitados por las dos realidades que se afrontan de forma continuada en los pasillos de Bruselas y su clon Estrasburgo: la de facto, o sea el crecimiento ya realizado, y el deseo de muchos de encogerse, para escapar a los retos planteados por el enorme crecimiento que ha impuesto la primera opción.
Europa se muere, primero demográficamente y ello por dos decisiones que jamás se han gestionado con seriedad, por lo que este caos viene de lejos y es ajeno a la llegada importante de refugiados. La primera el Baby Boom, o la exultación frente al desastre. La reconstrucción de Europa fue acompañada por la alegría del cuerpo, el resultado una salto demográfico sin precedentes.
A ello se le sumó un invento revolucionario: la píldora que entregó a los ciudadanos la capacidad de decidir de forma aleatoria el reproducirse o no, esto nos dió la llave de la vida, ya que se supone que venimos a crecer y a reproducirnos.
A todo ello, no se construyó desde el poder respuesta coherente alguna, a fin de facilitar los nacimientos apoyando la conciliación familiar, cada país se dotó de su solución. Cuando fue demasiado tarde, hace bien poco, algún iluminado redescubrió la esclavitud y la adaptó al siglo XXI: traer a los extranjeros al Imperio.
Pero sin la capacidad de definir una política de integración común, y más, habiendo sumado el Este, cuyas poblaciones estaban ávidas de ocupar este nicho de riqueza a través de la emigración, resurgió el demonio dormido, el deseo de excluir, de reestructurar las sociedades en tribus y clanes, y ello a Diestra y Siniestra, o sea el regreso al naturalismo económico y social, encogernos como las almejas, ser los únicos favorecidos por nuestras políticas sociales, (ver la reciente concesión a Inglaterra, que excluye a los europeos de las ventajas sociales) y esperar que las tempestades pasen, y que con ellas se lleven a los “otros”.
Toda la esencia que supuestamente nutría el voluntarismo europeo está saltando por los aires, pero lo grave es que no lo hace por deseo de las fuerzas vivas, sino por la incapacidad de articular una política común. Los “otros” son necesarios y si no son invitados, vendrán a la fuerza, por el mero hecho de que hay espacio que llenar.
Esta inercia, este reaccionar tras la tempestad es la que ha hecho desconfiar a la población cabal de Europa, la otra, la inerte, no piensa nunca, solo quiere paz y riqueza. A esta última siempre la veremos detrás de algún líder que promete lo que ellos quieren oír, a esta parte los veremos desfilar con algún miembro vital alzado, ya que no hay más. Lo más grave es que la gente que si piensa empieza a dudar y con razón, del método: crisis, reacción, nunca prevención, más que una Unión de Estados serios, parece una serie de compinches deseosos de enriquecer las fuerzas económicas que imponen desde hace tiempo sus razones.
La plaga del siglo XX, ha vuelto y afecta ya a mucha gente, empujadas a la pobreza por las malas políticas de Bruselas. Anteayer fue Francia, ayer Austria, Polonia ya cayó, pero está en el lado equivocado de Europa. Holanda tiembla, e Inglaterra ya no sabe dónde poner los pies.
Ha llegado el momento de desarrollar el Parlamento Europeo de forma real, abandonar los desarrollos asimétricos, y hacer prueba de inteligencia emocional, ayudar al que más lo necesita, o sea redistribuir la riqueza de forma efectiva y ello a la búsqueda de ganar el mayor potencial posible de toda la población. Destruir en la escuela la distribución por clase social, y que todos sepan que las escuelas, públicas o privadas, producirán excelencia, intelectual y emocional.
Debemos determinar la Europa que queremos, teniendo en cuenta las tres opciones presentes, la Centralista, la Federal, la Regional, y crear con ellas un modelo que satisfaga a la mayoría de la población cabal, el 10 % reactivo a todo, siempre estará ahí.
Todo ello debe aunar las tradiciones, culturas, y sensibilidades de todos los miembros en igualdad de condiciones, siempre que todas ellas sean productoras de libertad individual y colectiva, y en ellas aniden el valor del respeto y la capacidad de evolucionar. Todo ello debe ser plasmado en un marco jurídico general común, y la ayuda necesaria para que las personas puedan empoderarse de estos cambios.
Las tentaciones totalitarias reaparecen por muchos motivos, pero creo que el más importante es por la enorme dificultad que supone cumplir con la democracia, ya que nadie quiere ceder a priori, menos en plena crisis. Por ello resurge el camino más corto, el de obligar a todo el mundo a hacer lo que hace el inútil de turno.
Pero esta propuesta es incompatible con la Unión, ya que esta es tácitamente voluntaria y democrática.
Por ello muchos quieren volver a sus casas y encerrados allí hablar solo de los suyos, y tras ello atacar el mundo sin piedad para volver a subyugar al más débil, pero no nos olvidemos que en esta dimensión Europa se ha vuelto la más débil, sin hijos, sin futuro.

Artículo de colaboración de William Vansteenberghe

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