Indecisión

Se acaba la campaña electoral. A penas dos días para que las encuestas se queden obsoletas, los carteles pierdan todo su color, el ruido de los altavoces deje paso a un día de descanso -que no de reflexión-.

Es la hora de las cosas importantes, es decir, es la hora de concretar promesas, de gobernar. Se afirma, con cierta ligereza, que estas elecciones son las más importantes, como si las demás no lo hubieran sido. Sin embargo, si en 2007 las encuestas hubieran acertado y hubiera habido un vuelco electoral, los casos de corrupción no se habrían producido y las políticas desarrolladas habrían sido diferentes. No tendríamos el caso Terra Mítica o el caso Blasco y el sistema de financiación se habría negociado de otra manera. No arrastraríamos una deuda de cuarenta mil millones y, probablemente, las facturas en los cajones las habríamos denunciado desde la Generalitat.

Pero el año 2007 es pasado, y el pasado tiene eso, que es pasado y no se recupera, lo único que se puede hacer es señalar las responsabilidades de cada cual y tirar para adelante.

Ahora empieza el mañana. El mañana inmediato y el mañana lejano. Si no queremos tormentas de polvo mañana, no creemos campos de lodo hoy. Para los votantes indecisos, que decidirán su voto en el último momento sólo cabe respeto y explicaciones. Explicaciones inteligentes, razonables y pensadas.

Quien a estas alturas del partido no tiene decidido su voto es porque se piensa las cosas, no toma decisiones por una frase más o menos ácida, un improperio más o menos acertado o una promesa más o menos ocurrente. Ese grupo de personas que, en la Comunidad Valenciana son, nada más y nada menos que casi medio millón, quieren razones, argumentos, inteligencia y concreción, no van a depositar su voto de manera emotiva. Quieren que su voto sea útil para el futuro propio y el de sus hijos y nietos, más allá de ellos mismos. Saben que su voto del 24 de mayo tendrá consecuencias en el futuro y es, por así decirlo, parte de una herencia, y por eso es el voto más inteligente y más solidario.

Resulta interesante comprobar que la mayor parte del grupo de indecisos está conformado por personas más mayores. Los jóvenes menores de treinta y cinco años y las personas de mediana edad lo tienen decidido en mayor medida. El tercer grupo, personas de más de 60 años, quieren ir a votar, han decidido ir a votar, pero dudan entre depositar su confianza en los partidos tradicionales o votar a partidos nuevos. Ahí está una de las claves de que haya aumentado el porcentaje de personas indecisas en más de veinte puntos. Hemos pasado de unos razonables diez puntos a más de treinta. Dudan entre hacer caso al refranero del “más vale malo conocido” o permitir que aquellos que no han gobernado hasta ahora gobiernen y hagan las cosas de forma diferente y seguramente mejor.

Hay diferencias entre las opciones “emergentes”. Algunas ofertas son emergentes porque derivan de la emergencia y otras son emergentes porque salen del tradicional silencio. Entre unas y otras han de decidir los indecisos que, sin embargo, ya no quieren entregar su voluntad a aquellos que han demostrado ineficacia, desidia, desprecio y falsedad. No es una cuestión de propuestas viejas o nuevas.

La ideología política que se sostiene en la libertad, la igualdad y la fraternidad tiene más de dos siglos de antigüedad y, sin embargo, sigue siendo válida. Las propuestas neoliberales, que pretenden entregar a unos pocos los beneficios de vivir en sociedad, que niegan la justicia de un sistema fiscal progresivo y desprecian las inversiones públicas para reducir las desigualdades, son, en cambio, propuestas modernas, pero han demostrado su ineficacia.

Las personas que no tienen todavía decidido su voto, saben de las consecuencias de su decisión y es un voto más consciente porque dudan. Quieren saber que se hará con su voto y quieren poder controlarlo.

Pocos argumentos que no sean racionales les va a convencer de que es mejor votar a unas u otras opciones, de ahí que estos últimos días de campaña debamos olvidarnos del voto militante, de la adhesión inquebrantable al líder, y dirigirnos a quien duda, porque ganarse su voto, es un plus de auto exigencia, no sólo una condición para obtener una mayoría.

Estoy convencido de que estos últimos días hay que demostrar a ese grupo de indecisos, que no sólo se quiere gobernar, sino que se puede y se sabe gobernar. Porque lo importante empieza el 24 de mayo.

Aquello que será esta franja de tierra mediterránea, dentro de un país periférico y en un continente entre tensiones, que no encuentra su común sentido, dependerá en buena medida de unos cientos de miles de personas que dudan.

Este es el signo de los tiempos con el que habrá que trabajar en los próximos años. Quien atraiga a las personas que dudan, seguramente no habrá conseguido un voto muy fiel para elecciones futuras, pero habrá conseguido un respaldo crítico, exigente y reflexivo y, desde ese punto de vista, valiente. Pedir el voto desde esta columna, no tiene mucho sentido porque no formo parte de los indecisos pero, entre lo que ya sabemos que hacen los que han gobernado desde hace treinta y cinco años, y lo que esperamos de otras propuestas políticas, no hay comparación posible. Son dos alternativas contrapuestas, visiones distantes de un mismo lugar y sólo tengo tres argumentos para orientar a los indecisos.

Se puede reincidir en lo mismo de siempre, volver a votar a quienes ya han mostrado lo que son y lo que saben hacer, a quienes nos ha llevado hasta este presente del que ahora se duda,​ pero ese voto, demuestra que no sólo se es un animal que tropieza dos veces en la misma piedra, sino ser un animal al que le gusta tropezar. Se puede votar a aquellos recién llegados que son, en realidad, un piedra que servirá para sostener aquella piedra en la que se ha tropezado, con lo que ese voto, es, en realidad, es un voto a los que ponen piedras, pero con la cobardía de no asumir la responsabilidad de ser uno mismo el único culpable de tropezar. O se puede votar a recién llegados, bienintencionados, que repiten los discursos de aquellos que pusieron en evidencia las piedras y que defendieron las alternativas para quitarlas de en medio. Es por tanto, hacer caso a aquellos que solo hablan de oídas de la piedra o repiten argumentos.

Así que, sólo cabe, para aquellas personas indecisas que quieren el cambio, el voto que evita volver a tropezar, que rechaza aquellas alternativas que son sostén de quienes ponen piedras, ni aquellas otras que hablan de la teoría de las piedras. Y, la verdad, el problema no está en las piedras sino en el camino y ahora, como en cada elección, tenemos una bifurcación a la izquierda. Sin piedras.

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