Juego de tronos

Una vez más, a lo largo de la semana que termina, la política española –Juego de Tronos– se ha hecho un lío descomunal, se ha anudado la soga al cuello y anda perjudicándose gravemente, hacia dentro y hacia fuera. Porque se retrasan las reformas de futuro que se precisan para que el motor de la economía arranque de una vez y porque se lastima, de paso, de forma irremediable, la imagen exterior de España.

Ha sido un cúmulo de torpezas, a cada cual más grande. Cuando los dirigentes de los dos grandes partidos deberían estar recluidos en un refugio de alta montaña para redactar la reforma de la administración, cuando deberían haberse escondido en Lanzarote una semana para preparar los cambios que se necesitan en la financiación de los partidos y en la ley electoral, PSOE y PP nos han dedicado una semana a encadenar –golpe a golpe, verso a verso– una nueva edición del Caso Bárcenas que extiende y amplia, en el diario “El Mundo”, lo que ya venía publicando “El País”. Y vuelta a empezar.

¿Le hubiera costado mucho al presidente de Pontevedra dar una rueda de prensa? Se le hubiera puesto verde una semana pero todo estaría ya semiolvidado. Pero se ha enrocado una vez más, se ha marcado como rumbo el también estimable criterio de que a él no le prepara la agenda un tipo que está en la cárcel de Soto del Real y no hay rueda de prensa ni puede que la haya en meses.

Los medios informativos españoles, por su parte, han mostrado, más que nunca, el gremialismo imperante. Desean, en su mayoría, que Rajoy comparezca en eras de la limpieza democrática. Pero en modo alguno se atreven a discrepar de la forma de hacer periodismo de “El Mundo”, que intenta, una vez más, poner al presidente de un Gobierno en un brete –como con Felipe, como con Aznar, como con Zapatero– por las irregularidades que puede haber cometido su tesorero o las torpezas de su secretaria general.

Desde el otro lado de la bancada parlamentaria, Pérez Rubalcaba, esta semana, ha estado a punto de perder los papeles: porque ha llegado a amenazar con una moción de censura como medio para forzar la comparecencia del presidente, cuando es sabido que una moción de censura no puede utilizarse para saldar el caso Bárcenas sino para sustituir al presidente mediante un programa de gobierno y un candidato. Rajoy, que tiene libertad para decidir cuándo quiere comparecer o no en el Parlamento, pese a que las críticas le sean muy adversas, podría –si quisiera– no acudir a ese debate de censura.

Pero es que, además, como “las carga el diablo”, el Tribunal Supremo, en este “Juego de Tronos” que es siempre la pugna de la política y las instituciones, ha venido a poner un gramo de cordura aunque sea por la vía indirecta de archivar la causa que se había abierto contra el exministro y diputado José Blanco, del PSOE, al que se había acusado de prevaricación. Y al que, sobre todo, se le había hecho ya un traje a la moda: “corrupto a la cuneta”, político descarrilado para siempre porque pidió por favor que se agilizara una licencia de obras…

¿Qué debate puede haber ahora con esa falsilla previa? En cuanto Rubalcaba levantara la voz contra Rajoy, el presidente le haría callar felicitando al exministro Blanco por la suerte de poder exhibir un expediente adecuado con su apellido… ¿Y desde cuándo dudamos de un presidente para dar crédito a un tipo que reunió en Suiza docenas de millones de euros de su partido?

¿Y en ese hipotético debate sobre la limpieza contable del PP que Bárcenas ha ensuciado como ya lo hicieron Naseiro y Sanchis Perales en su día, que diría Rubalcaba? ¿Hablaría de Andalucía? ¿Y hablaría Durán i Lleida del Caso Palau? Para escuchar a Rosa Diez o Cayo Lara, basta poner la radio y no se necesita un debate.

Con todo, cuando España entera solo quiere que la serenidad propicie un buen verano turístico en todas partes, el Juego de Tronos español se ha empeñado en dar muchos errores y algún episodio chungo. Después de la solución del Caso Blanco ¿con qué alta moralidad se atreverá nadie, desde un periódico o una radio, desde un hemiciclo o un púlpito, a descalificar lo que un juez no ha sentenciado? Por más que escandalicen muchas conductas ante la opinión pública, nada está probado hasta que no hay documentos judiciales que lo prueban y nadie debería ir más allá. Empezando, sí, por los medios informativos, que aplican con una soltura imperdonable el “castigo del telediario”.

Porque por poco que nos guste, por rabia o malhumor que nos dé, es preciso aguantarse incluso las arcadas. Porque si Blanco resulta que es inocente y ya se habla de él como candidato a diputado europeo, lo que hemos de revisar es la carga tóxica que hemos puesto sobre la palabra “imputado” y tenemos que decidir cuándo aguantamos a los políticos en aras de la presunción de inocencia y cuándo los dejamos caer sin piedad.

Por más que lo que sabemos repugne, a lo mejor es extemporáneo adelantarse en el asunto Bárcenas. Y en el asunto Blasco, en el asunto Carlos Fabra; en el de la alcaldesa de Alicante y en el de los eres andaluces. Y a lo mejor, esa, y no otra, es la lección moral que los grandes padres y madres de la patria deberían estar sirviendo en bandeja a una sociedad que muchas veces no está recibiendo, en lo informativo, productos de buena calidad periodística, sino exageraciones que exacerban la ira de la población, ahora especialmente irritada por la crisis.

Como los dos, Rajoy y Rubalcaba, deberían estar tomando medidas, juntos, para que la Justicia fuera mucha más rápida a la hora de solventar los conflictos judiciales en los que están implicadas personas que, por su relevancia política, causan alarma social y además perjudican a la imagen exterior de España. ¿Es que el Caso Gurtel no debería haber sido ya sentenciado? ¿Es que tendremos que esperar muchos años más para saber qué sentencia merecen los responsables del Caso Emarsa?

AZNAR Y ZAPLANA.– Un comentario escuchado esta semana en una tertulia de Onda Cero hace reflexionar. “Se habla a raudales, en el Caso Bárcenas, de todos o casi todos, y principalmente de Cospedal y Rajoy. Pero no se habla nunca ni de José María Aznar ni de Eduardo Zaplana”. Qué interesante, que atractiva reflexión, que invitación a llamar a esa tertulia y decir: “Oiga, y por qué los periodistas no nos cuentan todo lo que saben”. Porque esa observación, estando por en medio el diario “El Mundo”, ni es gratuita ni es impertinente. Pero no es justo que siempre nos quedemos sin saber lo que el tertuliano estaba queriendo decir. Aunque se le entendía todo…

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