La economía de exclusión

Hace tiempo escribí un articulo que se titulaba “Este Papa es una mina”. Ahora me apetecería decir que este Papa es un filón. No sé si filón es más que mina, pero utilizo la palabra en el sentido de «materia de la que se espera sacar gran provecho».
 
Yo creía que diciendo que estábamos en la globalización de la indecencia había llegado al súmmum. Pues no. Me quedé a mitad de camino. Llega el Papa y dice que estamos en la globalización de la indiferencia, que es mucho peor. Es posible que esta globalización sea consecuencia de «la mía», la de la indecencia, con lo cual me quedo un poco más tranquilo. Aunque quizá es al revés.
 
El Papa pone un ejemplo que me da escalofríos. Y me los da porque es verdad. Dice que el pobre que se muere de frío no es noticia, pero que sí lo es que la bolsa pierda dos puntos.
 
Hace tiempo que pienso que no me gusta que en el mundo manden Obama y Merkel. Digo esto a pesar de lo que le quiero a Merkel. Hace falta alguien que esté por encima. Alguien que, antes de hablar, no mire las encuestas ni consulte con sus asesores para comprobar que lo que va a decir les hace perder votos a los alcaldes de su partido. Estoy hablando de alguien que me diga lo que es correcto y no lo que es políticamente correcto, que para eso ya tengo una serie de merluzos que me lo repiten con gran frecuencia. Menos mal que como lo políticamente correcto no siempre es correcto, no les hago caso.

Necesito alguien que les diga a estos chicos que hay unas cosas que están bien y otras cosas que están mal. Y que no es que estén mal para los católicos o para los testigos de Jehová o para los budistas. Es que están mal. Y lo del pobre muerto de frío y la bolsa está mal, «ti pongas como ti pongas», como dicen en mi tierra.

Alguien que me diga que es una maravilla que haya unos señores en Barcelona que consigan que otros den toneladas de alimentos para personas que sí no, no comen. Y en Zaragoza, menos toneladas, porque somos menos, pero igual de fenomenal. Pero pienso que cuando esas personas se hayan comido esas toneladas de alimentos, otra vez a pedir. Y se volverán a llenar los almacenes de donativos. Algo pasa en España y, si ves la tele, algo pasa en el mundo, para que los pobres tengan como futuro ser pobres y, si te descuidas, los de la clase medía tengan como futuro ser menos clase media. Por eso, el Papa habla de la «economía de exclusión». Parece que cada vez hay más gente que sobra, porque si todo lo manejamos unos cuantos,¿para qué necesitamos a los demás?

A JP Morgan le ponen una multa de 13.000 millones de dólares por engañar a los inversores con las subprime. De ese modo, sustituye a Goldman Sachs como el banco malo más malo de Wall Street. Supongo que entre 175 y 312 empleados de JP Morgan irán a la cárcel en Estados Unidos, dónde, como no rige la doctrina Parot, se pasarán una temporada. También supongo que allí se encontrarán con otros de Goldman Sachs.

Ayer cogí un taxi. Dije buenos días y el taxista me dijo: «Oiga, tenemos un hijo de 9 años. Mi mujer y yo procuramos educarle bien. Suponemos que a XX (aquí me dio el nombre de una persona muy conocida), sus padres también procuraron educarle bien. ¿En qué momento se volvió sinvergüenza? Porque nuestro hijo es muy majo, pero nos preocupa ese momento».

Pensé en los JP Morgans, los Goldman Sachses y algún banquero más cercano. Y pensé que, en algún momento, algo les pasó a cada uno de ellos para hacer lo que hicieron. Digo «a cada uno de ellos» porque las empresas no existen. Son las personas. Y si no nos ocupamos de las personas, mal vamos.

Por eso. necesitamos a alguien que nos lo diga. Que diga que hay que arreglar cosas dentro y fuera. Que diga, por ejemplo, que las iglesias tiene que estar abiertas, cosa que es de sentido común. Es como sí yo le dijera al del bar donde voy a desayunar que tiene que estar abierto. Por eso desayuno allí. Si estuviera cerrado, sería capaz de ir diciendo por ahí que ya no se desayuna, que el desayuno está pasado de moda.

¡Qué majo este Papa! Venga a sonreír, y ya ha empezado a darnos bofetadas amables.

Una bofetada de vez en cuando, aunque sea una bofetada amable, ¡qué bien viene!

Aunque no sea políticamente correcto.

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