Montesinos

La madre Rusia nos castiga donde duele

Cuenta la leyenda que los exportadores valencianos de cítricos de la primera parte del siglo XX viajaban a Londres, Berlín o París con lo puesto, vendían la fruta en los mercados sin hablar una palabra de inglés, francés o alemán y volvían a casa con el dinero envuelto en un pañuelo. ¿Cómo entenderían ahora el bloqueo de Rusia a los productos alimentarios españoles y del resto de la Unión Europea?

Son ventajas e inconvenientes de la globalización. Puedes trabajar sobre todos los mercados, con lo cual aumenta tu capacidad de producción y exportación, pero lo mismo puede hacer cualquier otro país productor. Y, por supuesto, como en el caso actual, puede afectarte un conflicto tan ajeno como el que mantienen Ucrania y Rusia.

El bloqueo no es muy importante, porque la exportación de cítricos de la Comunidad Valenciana a Rusia apenas suponen 70 millones de euros, pero pone a prueba a un sector que en los últimos años está segmentándose en dos grandes bloques.

Los grandes comerciantes como Fondestad, Martinavarro o Anecoop apenas sufrirán este envite. Primero porque queda mucho para la campaña y ahora comercializan fruta de otros paises y segundo porque son lo suficientemente competitivos para encontrar otros mercados o llegar a Rusia desde otros orígenes no incluidos en el bloqueo. De hecho esta fórmula ya se utiliza desde España, que es plataforma para enviar fruta de Marruecos o Argentina a la Unión Europea.

Quienes sufrirán son los pequeños agricultores y exportadores, que cada año pierden dinero solo por querer mantener un sistema productivo que ya no es válido. La reacción de la Unió de LLauradors y otros colectivos pidiendo una acción política para salvar las pérdidas refleja la mentalidad decimonónica de este sector.

La citricultura valenciana (todo el campo valenciano en general) necesita una reestructuración total. Durante años el objetivo fue producir y producir a bajo precio y ahora no se sabe qué hacer con cuatro millones de toneladas que no tienen mercado. El que tenía una docena de henagadas tenía un tesoro, que ahora no vale para nada y muchos se pasan al kiwi. Valga como ejemplo que el problema para España no es el bloqueo ruso, sino el crecimiento de la entrada de naranja china en aquel mercado, por ejemplo.

Pero claro, tal como está la política a ningún partido se le va a ocurrir ponerse a esa faena revolucionaria, aunque el abandono de las fincas está depurando el sector a la fuerza. Desde las bases que puso Maria Angeles Ramón LLín se ha implantado el riego por goteo, se ha acabado con las plagas y hasta se ha conseguido ajustar tamaño de la fruta y tiempo de producción. Pero casi la mitad de la capacidad productiva solo sirve de vergel.
Es el ejemplo de un sector de gran potencialidad en el que unos tienen futuro y otros están destinados a la ruina. Ocurre algo parecido con el turismo, que se las daba de haber conquistado el mercado ruso y ahora resulta que no sabe qué hacer con las camas vacías. Como esos agricultores que creen tener en la finca de sus abuelos el mayor tesoro del mundo, gran parte de la industria turística se cree que basta con sol y playa para que vengan rusos, chinos o finlandeses.

La presidenta del club Globalasia en España, Margaret Chen, decía hace unas semanas en una reunión con empresarios en Valencia que solo el 0,5 por ciento de los 100 millones de chinos que hacen turismo vienen a España, mientras Portugal duplica y triplica esa cifra. Y es que queremos que los chinos vengan a tomar el sol y pasear por la playa cuando resulta que los chinos no toman el sol y no pasean. Pues lo mismo los turistas rusos en la Comunidad Valenciana o las naranjas a Rusia.

La globalización está ahí y mucho me temo que una parte de nuestra economía no está en condiciones de enfrentarse a ese reto. Por no hablar de la política.

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