La vuelta del verbo «españolear»

Sin reparo alguno, sin complejo de inferioridad, el ministro de Asuntos Exteriores ha puesto de moda, nuevamente, el verbo “españolear”. La presentación de la “Marca España” en el Parlamento Europeo ha sido una nueva demostración de la solvencia del político afincado en Valencia.

El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, no se corta. Y en su empeño por favorecer la mejor imagen de nuestro país, ha sacado del ostracismo la palabra “españolear”, que fue creada por un valenciano, Federico García Sanchiz (1886-1964), en el curso de sus famosas charlas, siempre impregnadas de intensidad española.

El escritor, periodista y charlista Federico García Sanchiz, que fue miembro de la Real Academia Española, popularizó el término “españolear” como forma intensa de divulgar y estimar los asuntos de España. Sin temor al exceso, si no todo lo contrario, García-Margallo está haciendo ahora, con la llamada “Marca España”, una labor impagable de divulgación: no ya de los productos que España exporta o de los servicios –principalmente turísticos– que vende, sino de lo que debe ser considerado como imagen global, o referencia de prestigio, de una nación.

El ministro lo tiene claro: la tarea de “españolear”, la divulgación de las bondades de la “Marca España”, quiere desarrollarla especialmente en aquellas regiones  del mundo que van a tener un crecimiento más rápido y en las que la presencia de nuestro país se ha retrasado. Curiosamente, esas naciones de intenso desarrollo, que son las que están desplegando mejor capacidad de absorción y consumo, son las que suelen mostrar un sentimiento patriótico, o nacional, más elevado. Y las que deberíamos encuadrar entre las mejor dispuestas a aceptar esta consideración de marchamo español.

De la presentación hecha por el ministro ha sido particularmente interesante la observación de que “la realidad española es mucho mejor de la imagen que se da fuera”. Pero también ha destacado el canciller español que, entre quienes peor imagen tienen de España, los campeones son, indiscutiblemente, los propios españoles.

Por decirlo así, es un “clásico”: la autoestima de los españoles es baja, y el reconocimiento de los valores que tiene nuestra sociedad, nuestra cultura, nuestra economía, modo de vida o industria, es demasiado estricto. En alguna medida, los españoles no aceptan de buen grado la imagen que proyectan en el exterior y eso hace que la adhesión a ese conjunto de valores sea débil.

García-Margallo, que ha estado acompañado de empresarios, artistas y deportistas españoles en la presentación europea de la “Marca España”, ha defendido un análisis muy certero de la vida y la forma de ser españolas en el tiempo presente. “España –ha dicho el ministro– se ve fuera como un país magnífico para vivir, pasar vacaciones y jubilarse; pero hay quien no nos ve como un país bueno para trabajar, hacer negocios, instalarse y conquistar otras partes del mundo, como América Latina y el norte de África. Eso es lo que queremos”.

La famosa “España de charanga y pandereta” sigue pesando sobre el ánimo de la sociedad española. Es la rémora que nos acompañada desde los siglos XVIII y XIX, que fueron levantadas, en buena medida, sobre las crónicas de los viajeros europeos. Que son los que buscaban de España, para vender mejor sus textos a los lectores europeos, la fascinación exótica del sur y ciertas notas de sensualidad proporcionadas por el paisaje, la vida placentera al sol y algunos otros tópicos que el tiempo ha sepultado.

Por eso es particularmente interesante el intento del ministro de Asuntos Exteriores, que tiene un gran valor si consideramos que su acción es “de cara a fuera”, pero que se multiplica cuando se analiza que también va dirigida “cara adentro”. En efecto, García-Margallo, que es probablemente el que más y mejor está plantando cara, de todo el Gobierno, a las bravatas independentistas del Gobierno catalán, resulta ser uno de los pocos ministros que están contribuyendo, con su tarea, a fraguar un modelo de cohesión nacional, genuinamente español. Modelo que nos es necesario para recuperar la autoestima y volver a apreciar –más allá de los efectos devastadores de la crisis—los valores que la sociedad española tiene realmente.

PUCHE

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