No es oro todo lo que reluce

Llámenme terrorista de letras

Silenciar para siempre los cañones que arrasaron Europa durante la primera mitad del siglo XX. Ese fue el principal objetivo de la histórica Declaración de  Schuman en 1950, el inicio de lo que hoy conocemos como la Unión Europea. Una UE que, actualmente, no está muerta. Sin embargo, sí está en coma, al enfrentarse a la incapacidad de los líderes políticos para dar respuesta a grandes cuestiones: la crisis de los refugiados, el terrorismo o los desequilibrios económicos entre el ‘Norte’, el ‘Sur’ o las ‘periferias’. Y en medio de esta evidente crisis económica y humanitaria, el euroescepticismo no hace más que acrecentarse. No nos extrañemos. Es la propia Unión Europea la que se encarga de fomentarlo renegando de sus principios embrionarios, fundamentados en tres pilares básicos: competencia, cooperación y solidaridad.

Mientras desde Bruselas insisten en que Europa es el mayor mercado del mundo, la primera potencia comercial, líder en normas democráticas, en políticas de desarrollo, cooperación y derechos humanos; miles de refugiados (personas) piden a gritos ayuda por ser víctimas de la guerra en sus países. Ahora, también, de las políticas despiadadas de los que hablan en nuestro nombre y cambian vidas por euros.

Mientras los políticos europeos piden y se suman a las muestras de solidaridad de los ciudadanos -desconcertados y al borde de la xenofobia tras las sangrientas bombas que estallan en sus propios o vecinos países-, en los despachos se cuecen guerras encubiertas de diálogo para combatir el terrorismo.

Sin ánimo de hacer demagogia al respecto, nueve de cada diez atentados yihadistas ocurren en países musulmanes. Aunque no tienen nombres tan cercanos a nuestro ámbito informativo como Nueva York, Madrid, Londres, París o Bruselas, son perpetrados por los mismos autores y sus bombas no estallan tan lejos de Europa. La onda expansiva llega hasta nuestras fronteras y las víctimas no dejan de ser cadáveres políticos.

Llámenme terrorista de letras, pero Europa recoge lo que siembra. Europa sigue siendo de acero. Europa no ha enterrado los cañones, simplemente, los ha camuflado. Pese a ello, sigamos conmemorando el Día de Europa, como cada 9 de mayo.

 

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