Malala y la humillación de las mujeres

 

La joven paquistaní Malala que hace algo menos de un año recibió un disparo en la cabeza, de parte de fanáticos talibanes, por afirmar el derecho de las mujeres a estudiar y acceder a la cultura ha hablado emotivamente hoy en la ONU.  Su presencia ha despertado menos morbo que la que tenía lugar simultáneamente en el aeropuerto de Moscú donde el soplón americano Snowden, tachado de traidor por las autoridades de su país, recibía a representantes de ONGs para que lo defiendan internacionalmente. Unos 200 periodistas acudieron al aeropuerto al conocer que Snowden iba a presentarse delante de las ONGs.

La intervención pública de la quinceañera paquistaní ha tenido menos periodistas pero la ocasión merecía  una multitud de cámaras y micrófonos. Malala ha dicho que no hay que cejar en defender que las niñas puedan acudir a la escuela como los hombres. “Los extremistas tienen miedo de los libros”, ha declarado, “un niño o niña, un profesor, un libro y un bolígrafo” cambiarán el mundo y no hay que amilanarse ante los que se oponen.

No ha atacado frontalmente a los talibanes pero era obvio de quien estaba hablando. Desde el año 2009 unas 800 escuelas han sido atacadas en Pakistán y Afganistán por los talibanes. Consideran impropio, blasfemo que las mujeres puedan acudir a ellas, recibir una formación normal y airearse. En definitiva, quieren devolver a la mujer a la Edad media o a antes de ella. Visité Afganistán hace unos diez años no mucho después de que los Estados Unidos desalojasen del poder a los talibanes que habían protegido a Bin Laden. Desde allí el líder terrorista de Al Queda había preparado el ataque contra las Torres Gemelas. Los Embajadores de una quincena de países, los miembros del Consejo de Seguridad,  que hicimos el desplazamiento a ese país asiático pudimos constatar una cosa: las mujeres afganas, a pesar de las limitaciones que les impone incluso un Islam sin extremismos, se sentían sensiblemente liberadas. Amas de casa, periodistas, mujeres de edad integrantes de organizaciones caritativas describían hastiadas la humillación que significaba para la mitad de la población del país, la femenina, el vivir bajo el régimen implantado por los talibanes. No sólo es que les privaba de una educación elemental es que las costumbres, la normativa las convertían, a la hora de contraer matrimonio, de tratar con personas del otro sexo, de participar en la política, de frecuentar un lugar público, de decidir su futuro o el de sus hijos las convertían en sujetos sin voluntad que no podían opinar ni tener una relación remotamente parecida a  la que conocemos en Occidente.

Lo chocante e irritante para un defensor de los derechos humanos es que esta situación aún sigue viéndose con naturalidad en muchas sociedades islámicas. En las menos atrasadas no se aplaude esta sumisión pero sus líderes de opinión no se yerguen indignados y la denuncian sistemáticamente. Ocurre otro tanto con el terrorismo. La inmensa mayoría de la población islámica está en desacuerdo con los fanáticos que matan por motivos religiosos, hace días los talibanes asesinaron a una decena de turistas en Pakistán, pero nos asombra que los dirigentes con autoridad, políticos, imanes, creadores de opinión, no griten y con toda rotundidad digan una y otra vez que eso no es el Islam, que no es lo que predicó Mahoma, que la conducta de los terroristas es despreciable y no es del Corán.

El silencio de estos líderes musulmanes es a menudo sorprendente. Un buen ejemplo son las decenas de mujeres que han sido atacadas, violadas o manoseadas por grupos más o menos numerosos durante las manifestaciones de Egipto. El hecho ha pasado, cuando ha aflorado, a las páginas interiores de los diarios árabes. Incluso alguna autoridad ha dado a entender que la manifestación no es un lugar para una mujer, que eso no les habría pasado si se quedaran en casa.

¿ En que siglo piensan que están? Malala merece un Nobel.
 

Ir arriba