Enrique Arias Vega, colaborador en Valencia News. Más fácil protestar que hacer

Nadie escucha a nadie

No es verdad que hablando se entienda la gente, como reza el bienintencionado dicho popular. Los humanos tendemos en reafirmarnos en nuestros propios puntos de vista, sean cuales fueren los argumentos del contrario. Incluso, si nos irritan al no poder rebatirlos, nos gustaría partir la crisma al contrario.

No han más que ver las tertulias políticas en la tele. En cuanto vemos aparecer a los contertulios —con una asiduidad propia de las enfermedades infecciosas—, ya sabemos de antemano cómo van a opinar, trátese de la ley del aborto, la recuperación económica, la cuestión de Cataluña o hasta la receta del bacalao al pilpil.

O sea, que el debate en sí carece de importancia.

A mi modesto nivel, y sin que nadie perdiese los papeles, por suerte, he organizado la de Dios al denunciar que José Bono hubiese criticado a tiro pasado el nacionalismo de Maragall, mientras que no se había atrevido a hacerlo cuando éste aún podía defenderlo.

Lo bueno, como siempre, es que nadie de los comentaristas escuchaba a nadie, reiterando sus argumentos ad nauseam.

Me he retirado de inmediato de semejante pandemónium, no sea que me acusen de catalanista, de españolista, de bonista, de funambulista o de carterista, cuando yo sólo soy un modesto hincha del Athletic de Bilbao.

Con semejante guirigay montado con un tema tan modesto y tan simple, no me extraña que estemos abocados a que no tenga solución el soberanismo de Cataluña. Si fuésemos escoceses, 3n cambio, aceptaríamos el no a su secesión del Reino Unido, si fuésemos quebequeses, haríamos lo propio en Canadá. Pero no, aquí nos gustan más los ucranianos, hablando a gritos cada uno su propio idioma.

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