Networking y la ley del mercado

El ecosistema de emprendedores, a pesar de las múltiples piedras en el camino que les ponen todos los gobiernos de este país, sigue creciendo a menor ritmo de lo que sería deseable, y para ello nace, crece y se desarrolla a través de distintas metodologías y reuniones que cuanto menos sirve como inyección de moral, terapia de grupo y garantía de supervivencia.
Una de las herramientas multioperativas que más está contribuyendo a esta causa es la celebración de reuniones que aglutinan a un número determinado de profesionales de diversos ámbitos, y cuyo único fin es establecer un número de contactos, y por tanto estrechar sinergias en un periodo de dos horas habitualmente, y con carácter semanal.
Este sistema, que ya se ha popularizado entre los emprendedores, se le conoce como networking, y no es más que un concepto empresarial heredado, como no, de formatos americanos, y cuya vertiente aún más acelerada se la conoce como speed networking.
Paradójicamente, la fórmula es de lo más sencilla por cuanto hablamos de una reunión entre profesionales de la asesoría fiscal, seguros, construcción, arquitectura, consultoría tecnológica y un largo etc.
Es decir, esta reunión recoge a lo más granado y seleccionado previamente de determinados círculos, ya que solo se puede acceder a ella mediante invitación, y cuyo objetivo es descubrir conjuntamente nuevas oportunidades de mercado, que hasta hace unos años dependía exclusivamente de las ganas y perspicacia de cada profesional o empresa.
El concepto como tal parece interesante, de hecho lo es, sin embargo choca con unas directrices que tal vez no casan con los nuevos parámetros que rigen el mercado global actual. Es decir, las reuniones están abiertas a profesionales de todas las ramas, pero esto no quiere decir que puedan confluir dos empresas del mismo sector o con actividades muy similares.
Ello supone, que si un invitado acude a exponer su actividad puede encontrarse con el rechazo de un miembro permanente de dicho foro de networking, y por tanto, se encontrará con el consiguiente rechazo para no acceder más al mismo.
La acotación de estos círculos es respetable y privada, puesto que cada organizador o participante es libre de aplicar sus normas, pero resulta curioso que una reunión cuyo fin es la apertura de mercado acabe acotando las posibilidades de otros con un fin similar.
¿Es qué acaso el mercado no es lo suficientemente grande como para intentar aunar esfuerzos entre todos? Entonces, qué sentido puede tener desarrollar una actividad de grupo cuando al final se ejerce un veto al menor roce de intereses?
De hecho, es muy fácil coincidir hoy en día con múltiples empresas o profesionales independientes que abarquen proyectos o actividades muy similares a las nuestras.
Por una sencilla razón: Porque el mercado es grande, pero los sectores están muy determinados, y por tanto, encontrar la innovación en algo sustancial y tangible que nos permita operar con exclusividad es una misión casi imposible.
Determinar normas es lícito, pero no por ello significa que nos creamos con cierto derecho de limitar a los demás a ejercer una actividad profesional que confluya con nuestros intereses. Es el modelo de la Aldea Global, el concepto al que todos buscamos llegar, que impulsó McLuhan y que en España se encuentra en las Antípodas.
Es tan solo a base de tesón, de esfuerzo, de competitividad, de posicionamiento, de hacer las cosas con calidad y sentido común, con un buen horizonte de especialización, el que determinará nuestra posición en cualquier sector, y no el mero hecho de que estemos rodeados de otros compañeros con actividades similares
Bajo el modelo de la ética, nuestras empresas, los emprendedores, los profesionales de cualquier rama empresarial gozan de las mismas oportunidades en igualdad de condiciones.
Ese es el concepto con el que un día soñó Marshall McLuhan y que en el siglo XXI va camino de convertirse en una realidad, aunque aún nos quedé un largo trayecto para poder vislumbrarlo.

José Luis Pichardo

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