Otra vez el poder judicial

No sé cuántas veces nos hemos quejado de la escasísima independencia del Poder Judicial en España en sus órganos más representativos porque el sistema  para la elección de sus miembros termina pasando siempre por el filtro de los paridos: quien tiene mayoría tiene más nombres colocados  y el resto se negocia entre los dos grandes: yo te acepto al tuyo y a cambio tú no te opones al mío. No debe ser fácil solucionar el problema y otra vez ha surgido la polémica con la designación para el Constitucional del “conservador” Enrique López López que, al parecer, no reúne los requisitos exigidos aunque el voto de calidad del “progresista” Pascual Sala ha salvado el escollo. Incomoda la injerencia grosera de los partidos y que en la mayoría de las ocasiones se sepa de antemano el resultado de una decisión judicial según sean los apellidos de los magistrados.

Pero este problema, puntual  y grave en un Estado de Derecho, lleva a reflexiones más profundas de difícil respuesta: sea de la forma que sea elegido el juzgador, podrá ser una persona independiente de cualquier partido pero nunca ajeno a su propia conciencia, a sus propias ideas que de una forma u otra le acercarán a eso que hemos dado en etiquetar como conservador o progresista. Aquí hay tres problemas a solucionar con una urgencia que no parece tener nadie.

El primero es el sistema mismo de de elección y habría que acudir al Derecho Comparado para encontrar fórmulas menos groseras que la designación casi directa que ahora estamos padeciendo con las consecuencias de las que ya hemos sido testigos y que culminaron con el enfrentamiento puro y duro entre el Constitucional y el Supremo; una vergüenza.

El segundo problema es redefinir o dejar claro de una vez por todas algo que ya estaba claro pero que se ha pervertido con el tiempo: el Constitucional no es el Supremo del Supremo y tiene unas competencias clarísimas que se ha saltado a la torera en demasiadas ocasiones.

Por último, en tercer lugar, algo que en teoría resulta muy hermoso pero imagino que muy difícil en la práctica: cuando la persona elegida viste la toga, tendría que olvidar origen, nombramiento, ideología propia, pasado, presente y futuro parta enfrentarse con la Ley en la mano a unos hechos, los que sean, sobre los que debe juzgar y sentenciar. ¿Utopía? Tal vez, pero al menos merecería la pena empezar a intentar esa aventura. 

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