¿Qué tienen en común José Mujica y el Papa Francisco?

No hace falta ser demasiado avispado para alertar que los ciudadanos están solicitando un cambio en la forma de política que tienen el grueso de los gobernantes. No se solicita, mayoritariamente, el fin de la política sino su transformación y adaptación a los cambios globales y locales.

Se suele decir que la llamada «casta política» se caracteriza por su aislamiento de la sociedad, y se afirma que el político de hoy en día se caracteriza por no estar en contacto con la realidad que rodea a su votante. Sin embargo, cuando se dice esto yo suelo defender lo contrario. No sólo porque conozco a mucha gente que no vive en el lujo ni la abundancia, a la que se consideraría parte de esa llamada «casta», sino porque creo que su verdadero problema es otro: la falta de visión política, de capacidad para «leer» la actualidad.

A pesar de que existe una parte de los que se dedican a la actividad política viviendo con más ingresos de los que, en un momento como el actual, parecería necesario, estos no son todos. Es más, la mayoría de políticos –recordemos– no cobran por ello y, de los que lo hacen, muchos de ellos reciben cantidades irrisorias por las horas de trabajo invertidas (me refiero a concejales, e incluso a diputados provinciales o autonómicos).

Sin embargo, el altruismo político no es el objetivo de este artículo, sino que éste es el de destacar que hoy en día, en política, se premia la simplicidad. No es que el político no sepa qué problemas hay en la calle, el problema es que no es consciente de la dimensión de los cambios que enfrentamos. Éste, habitualmente no comprende que el votante (y ciudadano) exige otro tipo de actitudes basadas, frente al barroquismo y el lujo, en la simplicidad y la sobriedad; frente a la ocultación y la falta de accesibilidad, en la transparencia; frente al elitismo, en las dinámicas de participación. Aquí se encuentra el nexo de unión entre dos políticos como el Papa Francisco y el Presidente de Uruguay, José Mujica.

En principio, éstos no son ideológicamente cercanos. Una forma de concebir el mundo eminentemente conservadora y tradicional, como sería la del Papa, y otra de izquierdas, como la de Mujica, se encuentran en el camino hacia la renovación. Tienen en común, no el que conozcan mejor la realidad que les rodea, sino que la saben leer mejor: ambos son conscientes de que, en la mayoría de los casos, la gente a la que se dirigen, ya sean el público mundial o sus ciudadanos, agradecen que empiecen los recortes por ellos mismos; que prediquen con el ejemplo.

Bien es cierto que, en el caso del Papa y del Presidente, es posible que la austeridad, el ascetismo, la mesura en el gasto y la coherencia con lo que dicen, fuesen virtudes que ya practicasen en sus vidas anteriores (sobre todo, teniendo en cuenta el pasado en la cárcel de Mujica); pero esto no les quita mérito. Es un mérito que ambos hayan sido capaces de mantener los pies en el suelo, ver las cosas con perspectiva y altura de miras, y estén siendo capaces de hacer lo que debían hacer. Hay una frase del último Salvados, pronunciada por Mujica que resume este cambio de actitud: «Se supone que la democracia intenta ser el Gobierno de la mayoría y yo trato de vivir como la mayoría».

Se buscan buenos gestores (eso nunca cambiará) pero, además de eso, se exige que sean honestos, transparentes, sencillos, cercanos y, en definitiva, representativos. José Mújica no es representativo de toda la sociedad Uruguaya, como el Papa Francisco no lo es de todo el cuerpo social de la Iglesia. Lo son, sin embargo, de esa mayoría indignada, del 99,9% que sale a gritar a las calles “que no nos representan”. Son, en definitiva, producto de su tiempo.

Fernando Ntutumu Sanchis

Analista y consultor político.

@ntutumu

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