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Representación política

Nos encontramos ante uno de los conceptos centrales para la Ciencia Política, imprescindible para la descripción y análisis de los sistemas políticos. Representar en latín tiene el significado de poner ante los ojos, y para el caso de la representación política, lo relevante es saber qué y a quién se representa. La Edad Moderna y la constante evolución del ambiente político han ido generando cada vez más la abstracción del concepto.

El pluralismo medieval fue sustituido por la centralización del poder del Estado moderno y estos dos sentidos, el medieval (la representación de intereses) y el moderno (la relación simbólica entre el gobernante y la nación), se han ido entrelazando para dar lugar a nuestra compleja y plural concepción de la representación política. Una representación unida al concepto de participación, ligado ineludiblemente al ejercicio de la ciudadanía. La ciudadanía antigua implicaba un ejercicio intenso y exclusivo de la actividad política. La ciudadanía moderna universaliza ese ejercicio dentro del contexto de las democracias liberales y los derechos políticos.

El eclipse del ciudadano clásico (el homo politicus) señala el fin de la participación política intensiva y exclusiva de la antigüedad, para dar paso con las democracias liberales a un club muy inclusivo donde la participación política ha ido perdiendo intensidad. Un mal que sigue agravándose, generando una peligrosa desestabilización del sistema y que la crisis ha potenciado. Una desestabilización que afecta peligrosamente a ese hecho político colectivo como suma de muchas decisiones individuales a través del voto. Y así se resienten las tres funciones principales que genera el propio sistema, producir gobierno, generar legitimidad y producir representación.

En las democracias liberales, los ciudadanos no participan del gobierno. Esa participación política se centra básicamente en la capacidad de influir sobre el gobierno a través de los derechos políticos. Esa participación no se da en el ámbito del Gobierno, sino en el de la Sociedad. Por eso Schumpeter introdujo un concepto más realista al contemplar la competición por el liderazgo político como un rasgo definitorio de nuestras democracias. Por ello, la democracia resultó ser, después de todo, no el gobierno del pueblo sino el de unas personas autorizadas por éste: los políticos.

Con Dahl y su concepto de poliarquía, la representación comprende que el gobierno no está en manos del pueblo sino de los gobernantes por él autorizados. Están sujetos a su control electoral, por lo que esa función de representación debe ajustarse inequívocamente a las preferencias de los gobernados si quieren seguir manteniendo esa autorización. La representación alcanza así su máximo sentido político, al referirse al gobierno elegido tras un proceso electoral. Un gobierno autorizado a través de ese proceso por los mismos titulares de la Soberanía, el pueblo.

Por ello es sumamente importante no instrumentalizar esta función capital, aunque ello no quite que podamos implementar nuevas fórmulas que potencien las necesarias interacciones entre representantes y representados. Nuestra democracia necesita un baño de autoestima tras el azote de una crisis que ha sacado a la luz nuestras miserias. Todos los actores son conscientes de que la Regeneración es prioritaria para fortalecer el sistema. Un sistema que ha funcionado, pero debe revisarse para readaptarlo a la nueva realidad social y sus demandas. Sin volvernos locos, desde el sentido común, con responsabilidad y, desde luego, sin imposiciones. Devolvamos la dignidad a la función de representación para empatizar con esa sociedad que ni puede ni debe darle la espalda.

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