Seis reformas y pico

Considero que uno de los problemas fundamentales que España tiene pendiente de resolver es el de diseñar un sistema educativo estable y que goce del mayor consenso social y político posible, lo que no se ha conseguido en más de treinta años de vida democrática que llevamos. Desde 1977 hasta hoy la enseñanza preuniversitaria se ha caracterizado por un proceso de deterioro en el nivel de formación de los alumnos, que cada día llegan a la universidad más ayunos de conocimientos básicos, así como por una lamentable inestabilidad legislativa, que fundamentalmente han protagonizado los gobiernos de izquierda.

Efectivamente, salvo la Ley Orgánica de Estatuto de Centros Escolares (LOECE, 1980), debida a la UCD, hemos contado con sucesivas normas como la Ley Orgánica del Derecho a la Educación (LODE, 1985, PSOE), la Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo de España (LOGSE, 1990, PSOE), la Ley Orgánica de Calidad de la Educación (LOCE, 2002, PP), la Ley Orgánica de Educación (LOE, 2006, PSOE) y la Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE, 2013), esta última del presente Gobierno. Teniendo en cuenta que la LOCE no llegó a aplicarse, pues nada más llegar al Gobierno Rodríguez Zapatero suspendió su aplicación por medio de un Real Decreto, observamos que la cuestión educativa en las últimas décadas ha sido patrimonio exclusivo del socialismo.

La orientación general de todas estas sucesivas reformas de la educación ha sido la de ir eliminando procesos de evaluación para los alumnos, propiciar el acceso al curso superior al margen de los resultados obtenidos y favorecer así una igualación del alumnado no en el nivel de la excelencia, sino en la generalización de la medianía, desconociendo que el derecho a la igualdad, que todos suscribimos y defendemos, no puede ignorar que los seres humanos somos desiguales en cuanto a aptitudes y vocaciones. Pretender que los niños o adolescentes por su propia voluntad estudien y se preparen, sin el estímulo de pruebas que superar, es una pura utopía y supone el desconocimiento de la sicología humana en esas edades. Por lo demás, nos hallamos ante un quebranto profundo de los niveles de cultura general que ha producido esta concepción del sistema educativo, por la progresiva ablación de la formación humanística y la opción por contenidos puramente técnicos o instrumentales. El resultado ahí está: un sistema educativo al que todos los evaluadores internacionales dan la calificación de suspenso.

Una generación como la mía, aparte de someterse cada año a los exámenes propios del curso, tuvo que superar el duro examen de Ingreso en Bachiller, Reválida de 4º curso de Bachiller, Reválida de 6º y la prueba de acceso a la universidad tras el curso Preuniversitario, mientras que ahora la primera prueba que en realidad ha de superar desde que está escolarizado cualquier alumno es la llamada Selectividad para acceder a la universidad que prácticamente aprueba todo el mundo por el escaso nivel de exigencia. En definitiva, no se trata de martirizar a los alumnos a lo largo de su vida escolar, sino de educarlos en una pedagogía vital insoslayable que es la cultura del esfuerzo, porque va a ser la realidad vital con la que en sus biografías van a enfrentarse.

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