Todo suma

En una conferencia, me pregunta un señor: «pero ¿hay algún político decente?», y, antes de darme tiempo para contestar, dice que existe una casta política que ha sucedido a otra casta política y que será sucedida por diversas castas políticas hasta el fin de los siglos.

Mientras habla, me acuerdo de lo que me contó hace poco un político, casado con una señora que ocupa un puesto directivo en un banco. Un hijo suyo, de 12 años, le contó el apuro que había pasado en el colegio, cuando un profesor les dijo que escribieran a qué se dedicaban sus padres. El chaval estaba muerto de vergüenza porque tenía que decir que se dedicaban a la banca y a la política. Por lo que se ve, el profesor se entretuvo en las primeras contestaciones y el chaval no pudo intervenir: «¡papá, menos mal que no me ha llegado a mí!»

Repaso profesiones y no encuentro ninguna otra con tan mala fama como esas dos, la banca y la política. Mala fama ganada a pulso, por supuesto.

Leí que uno, que me parece que era un político, antes de confesar a su madre a qué se dedicaba, le dejó muy tranquila diciéndole que tocaba el piano en un burdel.

Lo de la casta («grupo social que se diferencia por su rango y que impone la endogamia») es serio. Y lo de la endogamia («actitud social de rechazo a la incorporación de miembros ajenos al propio grupo»), más serio. Y lo del niño que acaba, más o menos, la carrera, y si me apuras, un Master y se mete en un partido, en el que, a fuerza de pesar poco, sube y sube y sube, más serio todavía (no sé si se puede decir «serísimo»), porque ese niño ahora es mayor y no ha pegado ni brote en toda su vida, excepto preparar el engrudo para que el jefe del partido, sonriente, pegue los carteles la noche en que comienza la campaña electoral. Y ahora suelta discursos, se presenta a elecciones y -¡Dios mío!- las gana.

Me encuentro con dos políticos en dos semanas. Uno, con convicciones fuertes hacia la derecha. Otro, con convicciones fuertes hacia la izquierda.

Los dos coinciden en el diagnóstico: si ganan los nuestros, perdemos nosotros.

Los dos me dicen que votarán a «los suyos» por un cierto sentido de lealtad, que no saben si es lealtad o voto a la desesperada.

Vuelvo al principio del artículo, porque he dejado sin contestar al señor de la conferencia y me he vuelto a ir por las ramas.

Como no me gusta decir las palabras «absolutamente todos», «absolutamente ninguno», quizá por influencia de aquella película de James Bond que se titulaba «Nunca digas nunca jamás», le contesto: «hombre, algún político honrado habrá»,

Mí hija ha ido a mi conferencia con la mujer de un político. Me cuenta que, a la salida, esa señora le ha dicho: «¡menos mal que tu padre ha dicho que alguno habrá, porque te aseguro que mí marido es honrado!»

Hace tiempo, en otra conferencia, hablé de la globalización de la indecencia. Alguien me preguntó cómo se globaliza la decencia.

De mi último libro, copio dos preguntas que me hago y dos respuestas que me contesto. (Como el libro es mío, supongo que la editorial Espasa no se enfada porque las copie).

Pregunta número 354: ¿Cómo se producen las crisis de decencia?
Contestación: Por actos indecentes de muchas personas.

Pregunta número 355: ¿Y cómo se arreglan?
Contestación: Por actos decentes de muchas personas.

O sea, que la casta no es la culpable.

Porque el marido de la amiga de mí hija es honrado. Y mi amiga Arantza es honrada. Y Carlos es honrado. Y algunos se quejan de que, mientras ellos asistían a funerales «temblándoles las piernas», una cuadrilla de golfos endogámicos iban cobrando sueldos por ver las cosas desde lejos. Esos golfos son los que desprestigian a los demás.

Y mientras pienso lo que tengo que contestar, me doy cuenta de que echamos la culpa a una casta y se nos olvida que la casta está formada por personas individuales, que hacen lo de la pregunta 354 y que, con su suciedad repugnante, ocultan muchos actos decentes de muchas personas, a los que, con desprecio, llamamos «políticos».

Vuelvo a lo de siempre: que el responsable de lo que yo hago soy yo. Que la casta política tiene mala fama porque hay políticos impresentables. Lo mismo pasa en la casta financiera. Y en la de los guardias urbanos. Y en la de los ingenieros de caminos, canales y puertos. Pero, gracias a Dios, hay ingenieros honrados, políticos honrados, urbanos decentes y financieros de los que te puedes fiar.

Por eso, me apetece hacer una impresión de 50.000 ejemplares de las preguntas 354 y 355, hablar con el secretario del Papa para que le convenza y los reparta en la plaza de San Pedro, lo mismo que ha repartido los evangelios.

Ya sé que los puntos 354 y 355 son menos importantes que los evangelios, pero, como dice una amiga mía, «todo suma».

Leopoldo Abadía

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