Juan Vicente Pérez Aras, Diputado Nacional PP. Un Consell y una Legislatura agotados

Y seguimos con la Libertad, ahora la religiosa

MARE NOSTRUM. Y seguimos con la Libertad, ahora la religiosa.

Estamos ya en la antesala de la campaña electoral. Una campaña atípica a tenor de la tendencia marcada por la volatilidad del electorado desde las elecciones europeas, confirmada después en las municipales y autonómicas y puesta en valor en las legislativas del 20-D. El escenario político español se reconfiguraba. El mismo sistema electoral plasmaba una realidad social en plena efervescencia, fracturando el bipartidismo imperfecto dominante durante años a favor de nuevos actores. Fuerzas emergentes al albur del descontento social rompían esa barrera psicológica. Un escenario a cuatro, que está dando tardes de gloria a un desconcertado electorado y del que estos últimos cuatro meses han sido testigos. Para tomar buena nota.

El clima político sigue calentándose y no solo por la presión mediática alentada por los profetas del nuevo orden social. Sino también, y especialmente, por ese debate ideológico que prima desde la emergencia de las nuevas fuerzas políticas, que desde el populismo más rancio abogan por la instauración del pensamiento único, con la abolición del individuo y su sustitución por la masa anónima. Los envites del neo-marxismo están tomando un especial cariz en los constantes ataques a la libertad. Consecuentes con su ideario, la nueva izquierda busca subvertir nuestro orden social para aplicar sus fórmulas colectivistas, salpicadas de la nueva fórmula del populismo bolivariano. Así, en pleno debate ideológico, los apóstoles del relativismo ponen en valor a Hegel al redimensionar esa subordinación de todos a una nueva unidad orgánica, superior, reconciliando las partes con el todo, a los individuos con la comunidad, en detrimento de Kant que “aludía a la existencia de ciertas obligaciones universales que debían prevalecer sobre nuestra pertenencia a una comunidad particular, con el ideal de un sujeto autónomo”.

Los ataques indiscriminados de toda la artillería político-mediática a nuestro Cardenal-Arzobispo, vienen a colación de esa batalla in crescendo, contra  unos principios y valores que sí defendemos una mayoría social. Defensa que además de formar parte del magisterio impartido por la Doctrina Social de la Iglesia, refleja el sentir mayoritario de una sociedad que se declara católica de forma abrumadora (69’6), frente a un 2’8 de creyentes de otra religión y un 15’4 declarados no creyentes (CIS-Barómetro abril 2016). Una cuestión que la propia Doctrina Constitucional avala, pues su trascendencia en nuestro sistema implica no sólo la obligación negativa del Estado de no lesionar la esfera individual o institucional protegida por los derechos fundamentales, sino también la obligación positiva de contribuir a la efectividad de tales derechos y de los valores que representan.

El art. 16 CE garantiza la Libertad ideológica, religiosa y de culto, el Derecho  a no declarar sobre ideología, religión o creencias y el principio de cooperación del Estado con las Iglesias. El Estado español, como la mayoría de Estados democráticos de base católica, es aconfesional, no laicista. La laicidad (mutuo respeto entre Iglesia y Estado fundamentado en la autonomía de cada parte) no es el laicismo que buscan imponer desde esa hostilidad contra “una” determinada religión. Además, la Declaración de los Derechos Humanos, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, en su artículo 2.1 establece que “toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración sin distinción alguna de (…) religión”. El artículo 18, además, indica que “toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”. El artículo 30, que cierra la Declaración de Derechos Humanos, prohíbe que se interpreten estos derechos en el sentido de que se confiera derecho al Estado para realizar actividades o actos que tiendan a suprimir cualquiera de los derechos proclamados por la misma Declaración.

Los profetas del relativismo plantean su interesada exégesis al respecto, desde una supuesta superioridad moral. Sus ataques, sin ningún respeto a la Libertad de expresión que se supone que nos ampara, han buscado tergiversar un razonamiento y una reflexión desde la responsabilidad de quien ostenta la máxima representatividad de la iglesia católica en nuestro territorio. El Cardenal habló en contra de la ideología de género, una propuesta desde el relativismo dominante. Nunca contra la igualdad de género ni de la violencia de género, como interesadamente han criticado. Y nuestra izquierda heredera de una ideología trasnochada y fracasada, no pueden erigirse en los nuevos inquisidores en nombre del Socialismo del s. XXI. Demasiados vetos e intransigencia frente a los criterios de juicio, los principios de reflexión y las directrices de acción que sirven de base para la promoción de un humanismo integral y solidario.

 La valiente defensa de la institución familiar, en el punto de mira de la “nueva” política, por parte de nuestro Cardenal ha servido para hacer salir de la caverna ideológica a aquellos que lucen los raídos ropajes del progresismo de salón. En la línea de SS el Papa Francisco, defendiendo la familia como la piedra angular de toda sociedad. Advirtiendo también sobre los diferentes frentes que buscan debilitarla y cuestionarla: “Se cree que es un modelo que ya pasó y no tiene espacio en nuestras sociedades y bajo la pretensión de modernidad, propician cada vez más un modelo basado en el aislamiento”.

De ahí la rabiosa actualidad de la Doctrina Social de la Iglesia en estos momentos convulsos donde se cuestiona todo aquello que va contra lo políticamente correcto, obviando que “la persona humana es el fundamento y el fin de la convivencia política”. Y a partir de ahí se desarrolla todo un magisterio que los cristianos debemos defender y poner en valor ante las embestidas del populismo relativista. No es hora de esconderse. Nos jugamos demasiado para no asumir nuestra parte de responsabilidad, y el testimonio es fundamental. No solo desde el respeto a los que no piensan igual, por supuesto, pero especialmente por esa defensa inalienable de la libertad.

 

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