El Museo de Bellas Artes cumple un siglo

El decreto, que se publicó en la “Gaceta de Madrid” el día 27 de julio, fue de capital importancia para la pinacoteca valenciana. Porque desde ese momento todo el anhelo de mejoras de la institución que había en la sociedad culta valenciana quedó en manos del Estado del que se esperaba una rápida intervención tal y como ocurre ahora mismo, un siglo después. Para comprenderlo mejor, basta releer lo que Luis Tramoyeres Blasco, director del Museo, escribió en el Almanaque de “Las Provincias” para 1913.

“La nueva organización de los Museos Provinciales, conforme al real decreto del 24 de julio de 1913, permite esperar una nueva época para el de Valencia, contando, como contará sin duda con el concurso económico del Estado. Este aspecto es interesante. Desde la fundación de nuestro Museo, el Estado no ha contribuido a su mejora ni le ha socorrido en forma alguna”, anotó Tramoyeres. Que acto seguido, al final de su artículo, vino a recordar lo que hasta el momento había sido una acción culta de mecenazgo, llena de buena voluntad, que ya debía ser abordada por el Estado a causa de sus dimensiones. “Todo ha sido obra de la Real Academia de San Carlos, secundada por anónimos colaboradores. Hora es ya de que otros organismos oficiales contribuyan a su mayor desarrollo”, escribió el director del Museo.

El Museo de Pintura de Valencia fue la lógica prolongación de la Academia de Bellas Artes de San Carlos, que en sus inicios estaba ubicada en el edificio universitario de la calle de la Nave, aunque con entrada por la plaza del Patriarca, por una puerta en la que todavía subsiste el rótulo correspondiente. La colección, que reunía obras donadas por los académicos, era profesional, raramente estaba al alcance del público.

Durante la invasión francesa, según el erudito artículo de Tramoyeres, el mariscal Suchet, que conquistó la ciudad, se propuso reunir en aquellos locales, los cuadros que, por estar situados en las iglesias, podrían estar expuestos a daños colaterales de la invasión. No menciona Tramoyeres si el censo de 400 obras bajó cuando las tropas francesas se marcharon, pero nos informa que tras la guerra fueron devueltas a las iglesias con lo que el número de pinturas quedó en unas doscientas. Que volvieron a incrementarse cuando, tras la Desamortización, la mayoría de conventos y monasterios quedaron vacíos y fue preciso concentrar sus pinturas para protegerlas.

En 1839, la Academia de San Carlos, responsable de la custodia de esas obras consiguió que el Convento del Carmen fuera el lugar donde las obras se custodiaran. Allí se ubicó también la propia Academia, y más tarde la Escuela de Bellas Artes. En todo caso, el artículo de Tramoyeres evoca en detalle la generosidad del presidente de la Academia, marqués de Montortal en el año 1885. El hombre de las largas barbas blancas fue providencial. “El ilustre prócer valenciano –escribió en el Almanaque– acogió uno de los proyectos para la reforma del local, y dispuso se iniciasen las obras, costeadas de su propio peculio”.

Solamente dejó de realizarse una de las soluciones proyectadas: la de instalar la entrada principal al Museo por la calle de Blanquerías. Hasta el año 1891, casi todas las grandes reformas clásicas que hoy conocemos en el complejo del El Carmen, se realizaron a cargo de los generosos recursos del marqués. Tramoyeres refiere incluso la anécdota ocurrida en un frío día de invierno, cuando fueron los académicos a llevarle a su palacete de la plaza de Tetuán las cuentas de todas las obras realizadas, justificadas al céntimo: “cogió el legajo de las cuentas, y sin examinarlas, las arrojó al fuego”, anotó el director, que añade en su crónica que “podemos calcular el importe de la mejora en unas 70.000 pesetas”.

El artículo de Tramoyeres refiere las mejoras que poco a poco se realizaron en el Museo, donde se dedicaron salas especiales a artistas de firma reconocida que tenían una presencia significativa en la colección. Sin embargo, el real decreto de 1913 vino a clarificar los conceptos: el Estado, a partir del año 1913, tenía en Valencia un Museo, asesorado por un patronato, que asumía el nuevo, moderno concepto y valor didáctico que a principios del siglo XX se empezó a conceder a los museos artísticos en España. Con dos especificaciones más: la Academia de San Carlos, sin dejar de ser dueña de sus cuadros, los cedía en depósito al Museo y el resto de la actividad, incluidas las hipotéticas compras, reformas y adaptaciones, corrían de cuenta del Estado.

Con todo, tuvo que pasar toda una terrible guerra civil para que, en 1949, el Museo de Bellas Artes se ubicara en el antiguo convento de San Pío V. Allí continúa, como una de las primeras instituciones pictóricas de España. Y allí sigue esperando, como en 1913, que la acción del Estado le sea propicia y termine por desarrollar los planes de ampliación previstos desde hace décadas.

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