Golf, el deporte que superó la fiebre

 

 

En 2013, las veintidós instalaciones que funcionaban en las tres provincias valencianas se han convertido en solamente treinta, con el razonable aumento que ha demandado el mercado. 

En el año 2005, cuando se puso de moda construir urbanizaciones con campo de golf, hasta los más pequeños pueblos de la región soñaron con tener ríos de jugadores millonarios en busca de agujeritos con banderín. Hasta los alcaldes menos informados hablaban de “tees” y “greens”, y aprendían las técnicas de riego de césped. En el fondo, todo era una ridícula trampa: el campo de golf, grande, mediano o pequeño, era la excusa para poder construir una urbanización que habría de tener, en el contorno del dichoso “green”, no menos de ochocientas casas… candidatas a perder cristales de un pelotazo desviado.

Docenas de pueblos sin otro destino mejor cayeron en la trampa y recibieron las sugerencias de los avispados promotores. Unos eran extranjeros y venían respaldados por estrambóticos avales bancarios; otros tenían detrás el señuelo de unas cajas de ahorro que todo lo acogían con sonrisas y guiños avarientos. La lista de pueblos que llegaron a tramitar un proyecto de chalés con golf no cabría en esta página: desde Cullera hasta Torres-Torres, desde Sanet i Els Negrals a Alzira, desde Pilar de la Horadada a  Xàtiva, todos, en algún momento, soñaron, lucharon, se derritieron por un campo de golf con adosados.

Los ocho años que median entre 2005 y 2013, por fortuna, han puesto las cosas en su sitio, en un mercado que crece pero que no lo ha hecho de forma tan compulsiva como se llegó a temer. Había 22 campos convencionales y ocho años después hay treinta, con algunas otras instalaciones menores, de hoyos cortos o áreas de entrenamiento.

Paco Roig proyectó grandes instalaciones de polo y golf en Estivella y Torres-Torres. Como todos, prometía miles de euros por una hanegada de naranjos. Pero Catarroja iba a tener golf junto a “Nou Mileni” y Cullera lo vería, pero insertado en los colosales proyectos del “Manhattan”. Ribarroja iba a tener golf, como Pobla de Vallbona y Vilamarxant. Las marjales costeras estaban  condenadas, aquí y allá y se debatía sobre la rentabilidad del golf comparada con la del naranjo. En agosto de 2005 se proyectaban 34 campos nuevos en toda la Comunidad Valenciana. Y los alcaldes, que empezaban a verle las orejas al lobo de los recursos, se plegaban emocionados ante el paso de ejecutivos con móviles y carteras negras.

En el mes de julio de 2005, el conseller Portavoz del Consell de Francisco Camps, Esteban González Pons, presidió una rueda de prensa en la que Rafael Blasco presentó la nueva ley de campos de golf. Las previsiones, en un plazo de diez años, eran las de construir, sobre los 22 existentes, unos cuarenta y cuatro nuevos; para ello haría falta un consumo de unos 20 hectómetros cúbicos de agua. Era un horror que los ecologistas no asimilaban y que el Gobierno de Madrid no podía permitir por falta de agua, según determinaba la exigente ministra Cristina Narbona.

De vez en cuando, algún ayuntamiento rompía la norma y decía que no jugaba al nuevo juego. Sanet i Els Negrals, un pequeño pueblecito de la montaña alicantina, fue el quinto de la Comunitat Valenciana en negarse a entrar por el vericueto del urbanismo golfista. Porque el asunto no era tener un campo de golf más o menos abandonado, sino en aceptar que la población se duplicara o triplicara en los siguientes diez años. Es decir, se trataba de mantener o no la identidad heredada, el estilo de vida compartido.

Previsiones desaforadas, proyectos sin tino. La Generalitat decía que intentaba poner orden. Pero ni quería ni podía contradecir, ni mucho menos frenar, el delirio de un mercado eufórico donde el dinero se estaba con una facilidad pasmosa, con las cajas de ahorro al frente de la cabalgata, arrojando crédito como si fuera confeti. Bancaixa, en ese año 2005, puso en marcha una macrourbanización, en el término municipal de Tavernes de la Valldigna: cuatro millones de metros cuadrados, miles y miles de casas y un par de campos de golf. A lo loco… El ex presidente José Luis Olivas, desde la institución financiera, parecía el hada madrina de todos los delirios. Uno de los asesores financieros de la entidad, según denunció la prensa, había comprado suelo en el PAI de Tavernes; se le despidió sin mucho escándalo, pero fue la primera señal de que algunas cosas no se estaban haciendo bien, lo que se dice bien.

En la feria Urbe de ese otoño de 2005, el delirio se consagró a través de planos y figuraciones virtuales; los mejores expertos en diseño de campos de golf habían cobrado jugosas facturas por prestar su firma al proyecto. En Catarroja, Nou Mileni proyectaba una cancha de entrenamiento de golf nocturno… Pero las viviendas a construir eran 14.000, que tendrían que sumarse a otras tantas levantadas en las torres del “Manhattan” de Cullera. Para la siguiente década, según la fuente que se consultase, la Comunitat Valenciana podría aspirar a construir 300.000 viviendas… o el doble. Mientras tanto, los campos de golf se iban a triplicar, mientras los amarres de embarcaciones deportivas se jaleaban en los periódicos por miles, como si fueran pistachos. 

Torreblanca y Burriana se han quedado sin el golf que soñaron. La provincia de Castellón, que tenía tres campos de golf, sigue teniendo los mismos tres, sin mayores agobios. Yátova, Pobla de Vallbona, Simat, Ribarroja, Anna, Xàtiva y Monserrat, también han pasado la mano por la pared del golf. La provincia de Valencia, que tenía cinco campos, tiene ahora tres más de hoyos convencionales —Requena, La Galiana de Carcaixent y Foressos en Picassent— más otros dos de hoyos cortos. 

En cuanto a la provincia de Alicante, es la que más ha crecido, como es por otra parte lógico. Muchos de los proyectos que elucubraron los promotores más activos se han quedado en nada, como las engoladas urbanizaciones con que soñaron los alcaldes. De todos modos, si miramos la locura inmobiliaria que España vivió hasta la crisis de 2008, los resultados son razonables: los trece campos que Alicante tenía cuando la CAM estaba en su mayor esplendor crediticio, son ahora 17 de hoyos convencionales, más tres de hoyos cortos. A ellos hay que añadir otros diez clubs de golf turísticos con pequeñas instalaciones no registradas por los organismos reguladores oficiales.

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