La playa de 1913 vista por Maxi Thous

El título del semanario sugería de entrada el estilo de la publicación: elegante, irónica, punzante… y dedicada tanto a los asuntos de la sociedad valenciana como a todo lo concerniente a las bellas artes, la música y el teatro. El propietario editor de la revista no era otro que Maximiliano Thous y Orts, periodista, escritor y poeta ingenioso. El mismo que unos años atrás había escrito la letra del Himno de la Exposición Regional, junto con el maestro José Serrano, autor de la hermosa música.

Maxi Thous se escribía la revista de cabo a rabo, tanto en prosa como en verso. Si bien en la publicación solían colaborar los mejores ilustradores, hay pocas dudas de que la mayor parte de los textos sin firma los preparaba él. Por eso le atribuimos su divertida crónica de inicio de la temporada playera de 1913, titulada “Comenzó el remojen”. “Con el chapuzón de la noche de san Juan –dice– se abrió, de par en par, la temporada de baños. “La clásica barraqueta –continúa– álzase cabe la playa, más alegre, si cabe, que en años anteriores, que sí que cabe, para delicia nuestra. En las playas hay algo –¡y alga!– muy atrayente. La caragolá picante, la crugiente galeta, los trajes vaporosos, el burro del olivero, la suculenta mojama y otros innumerables recreos de comer , beber y a ver en qué para esto, llevan a la orilla del mar animación desusada”

A bordo sobre todo de tranvías que avanzaban despacio arrastrando los vagones jardinera descubiertos, los viajeros llegaban hasta las playas del Cabañal y la Malvarrosa. Todavía había muchos que iban en tartanas. Y también se podía ver a algunos elegantes que desembarcaban en Las Arenas de potentes automóviles. El autor de la crónica destacaba el glamur del balneario “Convertido en un paraíso marítimo-terrenal”.

Los caballeros y las damas se debían bañar por separado en el elegante balneario. Ellos llevaban traje completo de camiseta y pantalón hasta el tobillo. La moda de las mujeres, en 1913, ordenaba también traje de baño completo con volantes en la cintura y pantalón ceñido para las piernas. Pero la mayoría de las mujeres entraban al agua desde la caseta de baño, lo que evitaba, por lo general, que fuera vistas con los trajes mojados. Para estar en la playa la costumbre ordenaba vestidos blancos vaporosos, sombrero de ala ancha contra el sol y una sombrilla protectora por añadidura.

Thous no perdía comba. Y aprovechó también para hacer un poco de publicidad encubierta de los balnearios que más destacaban. Por eso escribió, refiriéndose a “Las Arenas”: “Flores, brisas, cubiertos baratos, ozono a todo pasto, columpio, cuando está libre, silla de paja de cuando en cuando, música y la amabilidad de Zarranz (el propietario del balneario) nunca desmentida, hacen de estos baños, además de ola, sean de ¡ole! En el más jacarandoso sentido de la palabra”

Más tarde se refirió al balneario La Florida, del que dijo: “En Caro, los hermanos Alós, nata y flor de la bondad para con el público, han dejado como una taza de plata La Florida”. Sus elogios terminaban diciendo: “El que quiera pasar un verano fresco, divertido y bien oliente, ahí tiene el secreto: ¡Hay que bañarse en aguas de La Florida!”

Barquilleros, fotógrafos ambulantes y los insustituibles bañistas que movían hasta el agua las casetas con ruedas, eran los empleados más abundantes sobre la arena. En los merenderos, sin embargo, esperaban los profesionales de una hostelería popular para la clase media y más distinguida para los visitantes del balneario de Las Arenas.

PUCHE 

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