Las últimas vacaciones de los condes de Albalat

La triste noticia llegó casi a la vez desde Barcelona y desde Castellón. En las dos ciudades, donde los fallecidos tenían amplias relaciones sociales, estaba causando gran pena y sensación su muerte, de la que en principio se conocían pocos detalles. “Los condes de Albalat eran estimadísimos en toda la provincia de Castellón, en la que tienen magníficas posesiones”, nos ilustra cien años después una noticia, de doce líneas, remitida a la redacción del diario ABC desde la ciudad de la Plana. “El marido era hijo único del ilustre prócer castellonense barón de La Puebla. El hermano de éste, que se hallaba actualmente veraneando en su palacio de Castellón, al tener noticia de lo ocurrido, ha salido en el expreso para la frontera”, anotó el diario de los Luca de Tena.

Fernando Vallés y Grau había nacido en Barcelona y pertenecía a la undécima generación descendiente de Juan Bautista Vallés, que había sido armado caballero en las Cortes de Monzón, en 1569. El suyo era un noble linaje valenciano descendiente de los Pagés, de la Pobla Tornesa, con posesiones en ese y otros muchos pueblos de Castellón. El joven fallecido en accidente, Fernando, XIV barón de la Puebla Tornesa y de la Sierra de Engarcerán, Maestrante de Valencia, era caballero de la Orden de Montesa; su esposa, también muerta, era Cecilia Gil Dolz del Caltellar, XIV Condesa de Albalat, nacida en Sevilla, hija de Luis Gil Dolz del Caltellar y Peiró, Coronel de Caballería.

¿Qué había ocurrido? La hemeroteca de “La Vanguardia” nos da algunos detalles más.

Para empezar, que el accidente había tenido lugar “anteayer” en las inmediaciones de Laqueville: el coche se desvió, chocó “contra el parapeto de un puente, yendo a caer a un riachuelo desde unos ocho metros de altura”. Los dos murieron casi instantáneamente: “El cadáver del conde quedó destrozado debajo del auto, costando gran trabajo sacarlo del lugar donde se hallaba. La condesa, su esposa, expiró pocos minutos después de ocurrida la catástrofe”, relató el periódico barcelonés.

La pareja, fallecida a muy temprana edad, había contraído matrimonio en 1909, en una hermosa ceremonia celebrada en la Basílica de la Virgen que toda la aristocracia valenciana recordaba. Des matrimonio “quedan tres hijos, el mayor de los cuales cuenta escasamente dos años y el menor unos dos meses”.

Un siglo después, sin embargo, ha costado bastante reconstruir el lugar donde los Vallés estaban pasando las vacaciones que la muerte interrumpió. La noticia llegada desde Barcelona a ABC hablaba de “veranear en la Bourboule”; la que llegó desde Castellón se refería a Laqueville y la que encontramos reproducida en “Las Provincias” se refiere a Tocqueville. Con este último nombre hay en Francia no pocas localidades; pero la de más nivel e historia es la que vio a nacer el famoso pensador Alexis de Tocqueville, autor del ensayo “La democracia en América”.

Pero este lugar hay que descartarlo, está muy lejos, en Normandía y no tiene balnearios, termas o lugares que, hace un siglo, pudieran ser lugar de veraneo de una pareja española adinerada. Las pesquisas nos llevaron, finalmente a Laqueuille (no Laqueville) que es una estación ferroviaria no lejos de Clermont Ferrand en el corazón de la Auvernia, un lugar hermoso, fresco en verano, con bosques, lagos y termas. En la Bourboule, en efecto, a orilla del río Dordoña, se levantó un gran balneario, acompañado de casino y hermosos hoteles, como ocurrió en otros muchos puntos de Francia en el último tercio del siglo XIX.

Cien años después, todas esas instalaciones siguen funcionando, aunque no siempre sobreviven con la misma función; llevan una vida menos glamurosa que las de los días que precedieron a la Guerra Mundial. Aquel lujo que los Vallés disfrutaron fugazmente, el mundo refinado que disfrutaba la burguesía europea, se lo llevó la guerra y el tiempo.

Las posibilidades que nos da internet nos permite suponer que el hotel que habitaron los condes durante sus tristes, y últimas, vacaciones pudo ser “Le Parc des Fées” (“El parque de las Hadas”), construido en 1872, a orillas del río, en la población balnearia de la Bourboule. O en todo caso, el “Gran Hotel” de una población cercana, Mont-Dore, de 30 habitaciones, nacido en la misma época y con un elegante aspecto de castillo.

Los dos, por fortuna, se han reconvertido a los nuevos tiempos y, reformados, atienden al moderno turismo de balneario que llamamos spa, además de ofrecer todas las posibilidades que permite un entorno verde y muy agradable en el macizo central francés, a pocos minutos de las principales estaciones de esquí.

PUCHE

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