La bloguera de moda y editora de su propia revista Tavi Gevinson

La delgada línea entre juventud y madurez

Hoy más que nunca, la delgada línea entre juventud y madurez que siempre ha existido en el mundo de la moda ha quedado desdibujada. Mientras los códigos estéticos de los 90s –que llevan implícitos una auténtica oda a la juventud- se presentan como la tendencia a seguir, editoras prematuras e iconos de estilo nonagenarios nos trasladan a un tiempo pasado en que nadie quería ser joven.

Y es que esa búsqueda de la juventud, ese deseo por permanecer inalterable en el tiempo, no siempre ha sido objeto de preocupación para el ser humano. Hasta los años 50 del siglo pasado, la adolescencia era una etapa insignificante de la vida. No fue hasta la aparición de la sociedad de consumo y la cultura popular en Estados Unidos cuando la masa empezó a abrazar el lema Forever young que el sueño americano promulgaba. Los anuncios publicitarios, los concursos de belleza y la inmediata liberación del cuerpo de la mujer promovieron un cambio de mentalidad que ha ido tomando forma a lo largo de los años. Seis décadas después, esa obsesión por la juventud sigue dominando el mercado a través de la industria cosmética, la quirúrgica o incluso la textil.

Los años 90, en particular, fueron claves para el desarrollo de un imaginario popular que ensalzaba el “por siempre joven” y tomaba las señas de identidad de los adolescentes de la época como motivos de inspiración. Aquellos años de prosperidad económica y auge del consumismo convirtieron la belleza –no siempre natural- en objetivo primordial para la mujer. La apariencia, la demostración de capacidad adquisitiva y de pertenencia al grupo, era lo que importaba, más allá del estilo o la elegancia.

Frente a esa idea comercial de la industria que todavía asocia belleza con juventud, hay otro sector de la moda que aboga por la madurez como elemento aspiracional. Los expertos siempre han defendido que la elegancia va unida a la edad, es un reflejo de la experiencia y la seguridad que confieren los años vividos. Por tanto, no es de extrañar que el foco de atención de los entendidos de la moda haya pasado de veinteañeras rebeldes a mujeres orgullosas de su aspecto que sobrepasan los 60. Iris Apfel -diseñadora de interiores de la Casa Blanca y ahora icono de estilo a sus 94 años-, Yazemeenah Rossi -su larga cabellera blanca protagonizó una campaña navideña de Marks & Spencer-, Jacky O’Shaughnessy -saltó a la fama con 62 años gracias a American Apparel- y Daphne Selfe -imagen de &OtherStories con 86- son ejemplos de que la moda no tiene edad.

La dualidad juventud-madurez, encarnada en la figura de Tavi Gevinson –exitosa bloguera a los 13 y editora de su propia revista a los 17-, queda patente en la tendencia del granny hair o “pelo de abuela”. Una tendencia que emergió hace más de cinco años y que ha hecho sucumbir a actrices, cantantes, modelos e influencers. Pero, ¿qué es lo que buscan en realidad las jóvenes con la coloración gris? ¿responde esta interacción entre generaciones a un intento por alcanzar la elegancia? Lo cierto es que, a pesar de que podría servir de punto de partida para un cambio de perspectiva hacia la edad y la imagen negativa que se asocia a las canas, el hecho de teñirse de gris no sigue ningún planteamiento ideológico. Si las pelucas blancas fueron un signo de libertad ilustrada en el siglo XVIII y la tez pálida de los 60s reivindicaba la autenticidad de la época, hoy llevar el pelo gris (o azul o rosa o verde) no es más que un juego.

Articulo colaboración de Cristina Pastor

Ir arriba