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Corte de digestión, ¿qué tiene de verdad?

Es verano. Acabamos de comer y estamos deseando volver a meternos en el agua. Pero en ese justo momento, pronuncian las temidas palabras: “No, que acabáis de comer y os puede dar un corte de digestión”. ¿Corte de digestión? Siempre ha sido un auténtico misterio para todo niño o niña. Nunca hemos llegado a entenderlo, pero nos hemos acostumbrado a prevenirlo, sin saber si era un peligro real o una estrategia perfecta para respetar la hora de la siesta de los adultos.

¿Pero qué hay de verdad en el corte de digestión? Tenemos que empezar por aclarar que “corte de digestión” no corresponde a ninguna entidad clínica reconocida. De hecho, el temido fenómeno que evitamos que ocurra, no radica en que la digestión llegue a cortarse o interrumpirse. Si la digestión se interrumpe, lo que puede aparecer son ciertos signos y síntomas, como dolor abdominal, náuseas, vómitos… Lo que realmente teme la sabiduría popular cuando habla de “corte de digestión” no es un problema digestivo, sino cardiocirculatorio.

En la literatura médica incluyen este fenómeno, que puede tener como resultado la muerte por ahogamiento, bajo otros términos, como hidrocución, shock termodiferencial, incluso “patología de la zambullida”. Todos ellos hacen referencia a la disminución del riego sanguíneo cerebral “debido al efecto distributivo reflejo causado por la acción directa del agua fría sobre el cuerpo” (Trigueros y Martínez, 2006). Se trata de una reacción vagal que, en el mejor de los casos, cursa con mareos y vómitos, y en el peor de los casos, con una pérdida de conciencia. Se debe a la redistribución del flujo sanguíneo hacia los vasos periféricos del organismo, y la consecuente hipoxia cerebral –deficiencia en el aporte de oxígeno al cerebro- que causa alteración o pérdida de conciencia, y por eso, puede derivar en el ahogamiento de la persona.

El peligro de shock termodiferencial se presenta más frecuentemente con inmersión en agua con temperatura inferior a los 27 °C. “El organismo precisa un esfuerzo considerable para mantener la temperatura del cuerpo a 37 °C, lo que se debe lograr en breves instantes, tanto más cuanto más fría sea la temperatura del agua”. Pero si no lo consigue, se produce un descenso rápido de la temperatura corporal, seguido de una rápida retención de la respiración -provocada por un laringoespasmo reflejo- que en principio es protector de la inundación del árbol traqueobronquial, pero un laringoespasmo intenso provocará hipoxia, incluso convulsiones y muerte (ahogamiento seco), como explica en su artículo la Doctora Oyarzabal.

Quizá ustedes se pregunten… ¿dónde queda la digestión en todo esto? Porque no interviene, de momento, en ninguna de las explicaciones. De hecho, para prevenir esta alteración o pérdida de conciencia, las recomendaciones van en la línea de evitar introducirse súbitamente en el agua, sumergirse progresivamente, mojando muñecas, nuca, brazos… para dar tiempo al cuerpo a aclimatarse, hayamos hecho la digestión o no. El reflejo que perseguimos evitar será más intenso -más peligroso- cuanto mayor es la diferencia de temperatura entre el agua y nuestro cuerpo, o incluso cuando confluye con otros factores, como haber tomado el sol o haber realizado ejercicio intenso. Debemos preocuparnos por estas últimas circunstancias tanto o más que por haber hecho la digestión.

Llegados a este punto, lo más fácil es pensar que en realidad nuestros padres nos tomaban el pelo, metiéndonos miedo con el corte de digestión. Tampoco es así. Es cierto que en momentos posteriores a la ingesta, el aparato digestivo necesita un mayor aporte de sangre para su correcto funcionamiento, máxime si la comida ha sido copiosa. Con el choque de la temperatura del agua, si la concentración de sangre en la digestión se suma a la brusca redistribución de la sangre hacia la piel, el peligro de que no llegue suficiente aporte sanguíneo al cerebro se incrementa.

Y así es como llegamos a la conclusión de que el corte de digestión no es la causa del problema, pero el proceso de digestión puede incrementarlo, como también pueden intervenir otros factores como el ejercicio previo, el sol o calor intenso, etc. Además, y aunque no hay clara evidencia científica de que esperar unas horitas a hacer la digestión evite la hidrocución, conviene hacer caso del sentido común y ¿por qué no? confiar de vez en cuando en la sabiduría popular.

Por @MariaCandel_

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